En defensa de la charola de postres

Mucho antes de que el Instagram fuera la herramienta de antojo visual existieron las charolas de postre

Recuerdo estar con mi mamá frente al refrigerador de El Globo cuando era niña. Íbamos cada tanto y podía escoger uno, siempre me iba por el éclair de chocolate. Pero ese momento de tener una docena de pastelitos enfrente de mí era emoción pura. Para mi yo adulta, el equivalente es la charola de postres en los restaurantes.

Mucho antes de que el merengue de Cosme apareciera en nuestros feeds, estuvo el clásico merengue relleno de crema chantilly en la charola de taquerías como El Jarocho. Porque previo a que el Instagram fuera la herramienta de antojo visual existieron estas charolas.

Y aunque ahora esta práctica solo parece sobrevivir en taquerías o lugares de antaño, quiero hacer una declaración de amor para que nunca muera.

Entiendo que muchos de los formatos de los postres modernos no den para andarlos paseando así por horas.  Pero al ver al mesero de Contramar acercándose con esa charola en donde la rebanada gigante de pastel de merengue con fresas se codea con la tarta de higos y una que otra fruta se sienta en un plato, discreta pero con su buena dosis de fructosa para quien no quiere o puede abusar del azúcar procesada. Ese instante es una fiesta de postres donde la vista es la única guía del antojo. 

El Parnita también tiene una charola y si bien no me he recuperado de la desaparición de su pay de guayaba, ya me hace ojitos su clásico flan, el pay de plátano con nuez o el de crema de cajeta con amaranto. 

Hay quienes convirtieron las charolas en carritos como en El Mesón Taurino, donde al pedir postre verás llegar una decena de pasteles individuales de los sabores más clásicos. Hay algo de añoranza en ese milhojas con decoración de cajeta y trocitos de chocolate blanco o la tarta de queso con frambuesa que me recuerdan a ese momento de la infancia frente al refrigerador. También está el San Ángel Inn, donde pasean las islas flotantes de un lado a otro.

 A la par de las charolas y los carritos están las vitrinas, como las de los restaurantes libaneses —Al Andalus y La Gruta del Ehden por ejemplo— ahí los postres clásico como dedos de novia, pastelillos de miel y mazapanes te saludan desde que llegas, para que recuerdes dejar un espacio para ellos.

Como todo en la vida existirán sus detractores, pero sé que incluso ellos no pueden dejar de desviar la mirada al ver pasar una charola rebozante de postres.