Un viaje por Ensenada, la cuna del vino mexicano
Cortesía Bodegas de Santo Tomás

Parece que llevamos toda una vida en confinamientos, pero poco a poco el deseo de viajar se ha reavivado. Justo ahora es el momento de elegir los destinos nacionales, los que nos hacen reconectarnos con las raíces y celebrar la dicha de estar vivos, como Ensenada.

La aventura comenzó después de llegar a Tijuana. Tomamos la carretera y recorrimos la costa del Pacífico, con los valles de un lado y el mar del otro, hasta llegar a Ensenada, B. C. Esta ciudad se ha convertido en un referente del vino mexicano, no solo por las condiciones climáticas que favorecen el crecimiento de la vid, sino por la calidez de su gente. Esta región la habitan ensenadenses y algunos foráneos que desde la Segunda Guerra Mundial han migrado de diferentes países como China, Rusia, Japón y Francia, así como de diferentes estados de México. Esta multiculturalidad ha tenido un encuentro afortunado con el hambre de crecimiento, el sentido de comunidad y calidez que caracteriza a los habitantes de Ensenada. Las nuevas generaciones han impulsando el surgimiento de novedosas propuestas culinarias, culturales y artísticas que posicionan a la región como un destino turístico muy atractivo, igualmente entre expertos que entre amateurs que apenas se adentran al mundo del vino.

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Nuevas propuestas de Ensenada

Comenzamos nuestro recorrido de sabores en el restaurante Madre, ubicado en el centro de la ciudad, a cargo de los chefs Miguel Bahena y Carolina Verdugo, una apuesta de cocina mexicana y bajacaliforniana contemporánea. Lo primero que llegó a la mesa fue un plato de ostiones y un aguachile verde, seguidos por unos noodles con almejas y hojas verdes, y finalmente un pescado envuelto en hoja de plátano con frijolitos negros. Este desfile de sabores, de aquí y de allá, vino acompañado de un par de copas de Blanca México, un vino 100% viognier con notas frutales. Conforme la tarde avanzaba, los platillos también y llegó el turno de unos cortes de carne de res y de cerdo, servidos con un puré de papa. Recetas simples pero bien ejecutadas, ideales para acompañar con una copa de Tinta México.



Entonces, Santiago Cosio, presidente de Bodegas Santo Tomás, aprovechó el momento para presentar su nueva Línea México, con tres etiquetas que buscan conectar con la nacionalidad e identidad del mexicano: Queremos que este vino hable de México, de sus paisajes, de su gente, de sus aromas, colores, intensos y vivos, nos platicó.

Después de la vasta comida y el buen vino, se ocultó el sol y nosotros nos dirigimos a la siguiente parada: Ophelia. Casi a la salida de la ciudad, sobre la carretera a Tijuana se encuentra este restaurante bar que fusiona un menú italiano y mediterráneo con el arte. En la parte superior está el taller de la propietaria y escultora Rosa María Alegría. La atmósfera del lugar es parecida a la de un relajante lounge, una estructura que deja entrar poca luz del exterior, se complementa con luces tenues lámparas que son piezas de arte hechas por la escultora. Definitivamente un lugar como punto medio entre la gastronomía y las artes plásticas.

Para la cena estrenaron una propuesta del restaurante llamada Estaciones, que consiste en darle espacio a un artista para que haga un take over de la cena. La encargada de inaugurar esta sección fue la enóloga de Bodegas de Santo Tomás, Cristina Pino, quien nos habló de la importancia de ver al enólogo como un artista y al vino como una obra.

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Siempre se habla que cuando creamos un vino es como ser un pintor con un lienzo en blanco. Tienes toda una paleta de colores y un equipo humano para crear, el artista de verdad es el que se empapa de lo que hacen otros, se inspira y lo transforma, eso es lo que hacemos nosotros los enólogos, hay que hacer mucho estudio, muchas pruebas, catas, abrirse al mundo y escuchar al consumidor.

Cristina Pino

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Foto: Cortesía Bodegas de Santo Tomás

Una cata en velero

Un nuevo día, una nueva aventura. En el puerto de Ensenada, en la zona de pequeñas embarcaciones se encontraba esperando el Bella Boy, para llevarnos a la Bahía Todos los Santos. Pasamos unos cuantos leones marinos que se veían relajados y tranquilos disfrutando los rayos mañaneros del sol en el agua, y conforme entramos en calor, decidimos que era el momento oportuno para abrir una botella de Blanca México, junto con una tabla de quesos y aceitunas. Se apagó el motor, navegamos en vela y continuamos con una copa de rosado, para el cual Santiago Cosio nos compartió una receta secreta: Agregamos un poco de hielo a la copa, tomamos un trozo de piel de limón, hacemos un twist, lo agregamos y dejamos que los aceites propios de la cáscara se vayan soltando para equilibrar el dulzor del vino.

Copa tras copa la plática fluyó y apareció el hambre. Manteniendo el equilibrio sobre el velero y al ritmo de las olas, preparamos nuestra tostada de La Guerrerense: una base de erizo, unas cucharadas del coctel de camarones, callo, pulpo y aguacate y coronamos con una buena cucharada de una de las salsas orgánicas de la carreta más famosa de las calles de Ensenada. Damos la primera mordida y mientras la tostada cruje, vemos el Pacífico frente a nosotros. ¿Qué más podemos pedir?

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Foto: Cortesía Bodegas de Santo Tomás

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Paseo por el pasado y presente de Ensenada

Ya en tierra se antoja buscar algo tranquilo y relajante, así que la Plaza Santo Tomás  recientemente inaugurada se vuelve el escenario perfecto para dar un paseo. Al llegar lo primero que podemos apreciar es esa mezcla de edificios antiguos con algunos detalles rústicos e innovadores en la arquitectura del interior de salones, cafeterías, bares, restaurantes y tiendas de queso y vino. El equilibrio perfecto entre el pasado y el presente; mientras la recorres te transmite ese ritmo tranquilo, sin prisas. Un tiempo para respirar, disfrutar el momento y realmente pasear sin preocupaciones, observando cada detalle, escuchando los sonidos de la ciudad y de la vida nocturna que va despertando.

La plaza está ubicada en la avenida Miramar, es la primera calle peatonal de la ciudad y la plataforma ideal para diferentes emprendedores, pero más allá de ser una típica plaza comercial, forma el espacio perfecto para conocer la historia del vino. Al recorrer el museo de Santo Tomás, descubrimos que los edificios en los que nos encontramos datan del año 1911 y durante 60 años fueron las instalaciones productivas de la vitivinícola.

En la década de los 30, cuando los antiguos timbres de entrada y salida de la bodega sonaban, no solo marcaban los horarios de los trabajadores, sino el ritmo de vida de toda la ciudad que ya los identificaba y usaba para medir su tiempo. Actualmente la Plaza ha logrado sacar esa historia y cultura a la calle para que la gente se cruce con ella y la haga suya.

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Foto: Cortesía Bodegas de Santo Tomás

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De la ruta antigua al valle

Recorrimos la carretera y dejamos atrás la ciudad de Ensenada. El paisaje nos deja sin palabras, entre la niebla y ligeros rayos de sol comienzan a sobresalir las montañas y valles que son tan verdes que te hacen sentir como en una película de Mundo Jurásico, el Valle de Santo Tomás, lugar que vio nacer al primer vino embotellado de México, nos recibe con un clima templado, nubes y una ligera lluvia. En el panorama se extienden más de 200 hectáreas de vides, el recorrido alberga una experiencia de etnoturismo histórica que puede disfrutarse en pareja o en grupos de familia y amigos. Sin embargo, la dinámica que le da el toque especial a todo el recorrido es la actividad final que te convierte en un enólogo por un día. Llegamos a un salón especial, una especie de laboratorio, tenemos algunas copas frente a nosotros, una probeta y un cuaderno de anotaciones, entramos en papel y estamos listos para mezclar un poco de barbera, otro tanto de syrah y un poco más de cabernet y crear nuestro vino.

Quiero que quien hable, sea el vino.

Cristina Pino, enóloga de Bodegas de Santo Tomás

Decir que hicimos un vino sí que nos hace sentir especiales y marcar una palomita en nuestra lista de cosas que hacer antes de morir.

Con nuestra botella en mano dejamos la ruta antigua y nos dirigimos al restaurante Villa Torél, a cargo del chef Alfredo Villanueva.

Por nuestra mesa desfilan ostiones, callo de hacha, zanahorias caramelizadas, pan recién hecho, cangrejo servido con una especie de risotto, un pato bañado en una mágica salsa de tinto y más copas de vino. Como decía mi abuelo: Teniendo buena comida, la copa de vino llena y una buena compañía, no hay nada más que pedir.

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Mientras observamos el sol ocultarse y dejar el Valle de Guadalupe, nos sentimos como un domingo cuando éramos pequeños y sabíamos que el fin de semana llegaba a su fin y al día siguiente debíamos regresar a la rutina escolar, pues este destino nos ha hecho sentir como en una especie de escape. Hemos descubierto una nueva Ensenada, con su gran historia vitivinícola que ahora se fusiona más con un lado artístico y gastronómico.

Gracias a una comunidad dispuesta a compartir la importancia de vivir el ahora, rompimos las barreras del vino y el etnoturismo, entendimos que es parte natural de nuestra vida y que siempre podemos encontrar un buen pretexto para destapar una botella.

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