
Europa, verano de 1916: las flotas inglesa y alemana ya se enfrentaron en las aguas de Jutlandia, mientras que el ejército francés lucha sin cuartel contra los teutones en los devastados campos de Verdún; en contraste, el ambiente de París resultaba idílico, según lo describe Michel Corday, funcionario gubernamental y literato, con sus abarrotadas mesas de café instaladas sobre las soleadas aceras, risueñas muchachas con albos vestidos pedaleando en bicicleta por las calles, grupos de paseantes a bordo de los trenes que los depositarán en la verde campiña para realizar dominicales excursiones, sin faltar militares con permiso para sustraerse de los horrores de la guerra.
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A finales de julio del año más álgido de la Primera Guerra Mundial, Corday acudirá a cenar al Maxim’s, al lado de los Campos Elíseos, no solo para disfrutar de la cocina y decorados art noveau del célebre restaurante, sino para buscar un asilo adonde huir del mundo contemporáneo, según lo expresa Peter Englund en una de las estampas de la Gran Guerra reunidas en La belleza y el dolor de la batalla.

El lugar solía abarrotarse de hombres uniformados y prostitutas de alta categoría, señala el historiador sueco, basado en el testimonio registrado en las páginas del diario de Corday durante aquellos inciertos días: Esta noche se consumen en Maxims ingentes cantidades de alcohol. Hay aviadores que no comen nada, sino que celebran lo que se denomina una cena de champán. El grado de embriaguez de la clientela es muy elevado.
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Y luego apunta Englund, quien fungiera como secretario de la Academia Sueca encargada de otorgar los premios Nobel: La alcahuetería se desarrolla prácticamente sin tapujos, refiriéndose a la información proporcionada por los meseros a los parroquianos sobre la disponibilidad y tarifa de las prostitutas, así como las indicaciones para llegar a las habitaciones donde se realizarán los servicios y las condiciones higiénicas a observar durante los mismos, en un desesperado afán por contener la sífilis que llegaría a contraer la quinta parte de los combatientes aliados que visitaron la capital francesa, pese a los preservativos distribuidos gratuitamente antes de sus permisos.

Caída inminente
Lejos quedaba la atmósfera de pánico experimentada por los parisinos al inicio de la guerra, ante la inminente toma de la ciudad por las tropas del general Von Moltke, dramáticamente contenida en la Primera Batalla del Marne, en septiembre de 1914; replegados los invasores, sus habitantes acudirían a recolectar trozos de metralla y hasta cascos prusianos entre la tierra removida por las explosiones de los obuses.
Para la posteridad quedaron las imágenes de los taxis Renault transportando a las tropas destinadas a reforzar las líneas defensivas, a las afueras de la Ciudad Luz.
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Ambiente distendido
Agrega Englund, sobre el ambiente en Maxims: Incidentes que antes de la guerra habrían hecho apartar las miradas en muda turbación o provocado firmes reprimendas ahora se toleran o incluso despiertan carcajadas de aprobación entre los presentes.

Símbolo parisino de exportación
Actualmente, Maxims cuenta con sucursales alrededor del mundo, como Bruselas, Montecarlo, Nueva York y Shanghái.
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