En el año 200 aC, en China, existió algo similar al helado. Esta era una mezcla de leche de arroz y alcanfor que resguardaban en la nieve. Los romanos también hacían una mezcla de nieve de las montañas con hierbas y jarabes.
Tiempo después, los chinos perfeccionaron su técnica, experimentaron con más sabores y el helado se popularizaron por toda China. Cuando llegó Marco Polo, quedó fascinado con el postre, el cual introdujo a Europa en el siglo XVI. Incluso se hizo tan popular que Catalina de Medici sirvió un sabor de helado diferente cada día durante su mes de boda. Los pasteleros empezaron a experimentar con huevo y crema, lo cual fue clave para el futuro del helado actual.
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En 1660 Procopio, en Italia diseñó una máquina que hacía helados con más de un tipo de sabor. El italiano tuvo tanto éxito que abrió Café Procope en París, donde servía helado y café. Esto hizo que la competencia creciera y que cada quien hiciera su propia versión de la mezcla congelada. Tiempo después, los helados se pudieron ver en recetarios caseros y en muchos más países de Europa.
Pero el crecimiento del helado no se quedó ahí. Con la migración de europeos a Estados Unidos, además de muchos platillos, también llegó el helado comercial que se popularizó con facilidad por todo el país.
En México, por ejemplo, lo que se consumía durante la Conquista eran las nieves, en su mayoría por las clases altas de la sociedad. Para el siglo XIX, el consumo de nieve ya era para todos y surgieron las fuentes de sodas donde podías comer nieve de limón y raspados.