Ahora paso todos los domingos en el Pialadero de Guadalajara

La primera vez que probé una torta ahogada fue en un pequeño local en un centro comercial de Zapopan, mis tíos viven allá y nos recomendaron comerlas ahí. No recuerdo el nombre del local, pero si me acuerdo que aunque el sabor era bueno, la textura y la mezcla no eran lo que esperaba. Había […]

diciembre 6, 2019

Ahora paso todos los domingos en el Pialadero de Guadalajara

Foto: Loredana Flores

La primera vez que probé una torta ahogada fue en un pequeño local en un centro comercial de Zapopan, mis tíos viven allá y nos recomendaron comerlas ahí. No recuerdo el nombre del local, pero si me acuerdo que aunque el sabor era bueno, la textura y la mezcla no eran lo que esperaba. Había construido algo en mi cabeza muy alejado a lo que comí. No fueron mis favoritas y me quedé con esa idea, simplemente no las comía y no entendía la afición de la gente por ellas.

En mi familia (como en muchas) el domingo es sagrado la hora de comida es completamente familiar. Siempre estamos buscando dónde compartir la mesa. Y recientemente, en esa búsqueda, mi papá se puso a navegar la red para encontrar un lugar que saciara su antojo de carne en su jugo, birria y por supuesto tortas ahogadas. Finalmente dio con un lugar en la colonia Juárez: El Pialadero de Guadalajara.

Sin mucho antojo y poco entusiasmo, mi mamá y yo accedimos. Era su cumpleaños, así que él mandaba. Llegamos a la esquina de Hamburgo y Lieja y nos encontramos con una lista de espera de 35 minutos. Las personas se notaban ansiosas por sentarse.

Por fin, después de un tiempo, nos pasaron a la mesa. Nos tocó en las mesas de la calle. Los meseros eran súper veloces, como los de la Karne Garibaldi en la glorieta de la Diana, de Guadalajara.

Mi mamá pidió carne en su jugo y mi papá y yo unas tortas ahogadas. Pensé que ya había pasado mucho tiempo de aquella experiencia en Zapopan y tal vez debía darle una segunda oportunidad. Y hoy, con toda la certeza creo más que nunca en las segundas oportunidades.

El pan tenía estructura y no se rompía como los otros que había comido en el pasado, la carne era súper jugosa y a la primera mordida se sentían todos los sabores en armonía. El birote, la carne y la salsa de jitomate con chile, no se peleaban uno con el otro, al contrario, hacían equipo. Nadie dominaba.

Para que le entres a gusto y no te preocupes de “enchilarte las manos”, te dan un guante de plástico. Aquí los cubiertos no participan, hay que morderle bien, mancharse, limpiarse y seguir comiendo.

Como buena hija de norteño (mi papá es de Mexicali), le agregue un poquito, bueno…bastante más de la salsa de mesa que es más picante y cebollitas desflemadas que coronaban la torta. La combinación es realmente perfecta y el chile de la salsa realza los sabores de la carne.

Así fue como este lugar (al que en un principio, no tenía muchas ganas de ir), reivindicó a las tortas ahogadas en mi vida y le dio un nuevo sentido al domingo familiar. Ahora no salimos de ahí y hasta cotorreamos con los meseros. Si vas con hambre, te recomiendo ampliamente que pidas los tacos de barbacoa roja al centro y un torta ahogada para rematar. ¿Para beber? Una cerveza bien fría o una michelada en jarrito de barro.

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