Natalia interrumpe por 20 minutos los vaivenes de su día para tomar una llamada por teléfono. “Estaba pariendo una vaca”, dice risueña sin asomo de agitación del otro lado del auricular, resumiendo —como si se tratara de cualquier cosa— una de sus labores cotidianas en el campo. Sus días, que empiezan estrictamente “a las seis y media de la mañana”, están rodeados de estas eventualidades: de todo lo que ocurre en su vinícola, en los viñedos, en el restaurante Deckman’s, que es su vecino y aliado en Mogor Badán, una de las paradas obligadas de la ruta del vino en Baja California.
Aunque nació en la Ciudad de México, Natalia cuenta que su vida siempre ha estado ligada al vino y, por añadidura, al campo. “Llegué al Mogor cuando tenía seis años y aquí me van a enterrar. Ya hasta escogí mi árbol”, cuenta sobre el proyecto que iniciaron su padre Henri Badán (quién plantó los viñedos) y su hermano Antonio, fundador de Cavas del Mogor, en 1985. A este proyecto, al que ella ha dado continuidad, procura que todos los elementos se integren de una manera orgánica y sean nobles con el entorno. “Más que un proyecto vinícola es un modo de vida, un proyecto de conservación y preservación”, describe Natalia, quien se ha convertido en una promotora no sólo del vino sino de toda la riqueza cultural y agrícola de la región.
A pesar de que en el mundo del vino, o del vino mexicano, se escucha hablar de apenas un puñado de mujeres, Natalia enfoca lo positivo, en una relación cordial entre pares, de colaboración: “nos damos mucho la mano, hombres y mujeres, no veo una sombra de problema en ello”, asegura.
