
Ese, el puerto de las mesas de aluminio y fuentes de cristal con mariscos en salsa roja, el de los grupos de son jarocho en los portales, el del mar moteado por las manchas grasosas que deja el petróleo; ese de las bombas rellenas de frijol y del café con leche espumada del Gran Café de la Parroquia; ese, el Veracruz de nuestros padres, el que recordamos bajo la tela sepia de nuestra infancia, existe aún en algunos rincones del nostálgico malecón. Pero el tiempo no ha pasado en vano. Al menos no para el jarocho apasionado, intenso, inquieto que a últimos años desempolva su pasado colonial y sus costumbres ancestrales, con el antojo desenfundado.La cuatro veces heroica cuidad es más fuerte que la mala reputación que le dejaron sus políticos en el pasado. Según lo cuentan las crónicas, ha resistido como ninguna otra ciudad mexicana, la invasión de cuatro países diferentes a lo largo de sus quinientos años. La primera ciudad en eregirse sobre América Latina resguarda además anécdotas de héroes, de traidores y de fantasmas de todos los colores que tienen como sede las plazoletas del centro, el fuerte de San Juan de Ulúa, los edificios con influencia mora, los primeros inmuebles cristianos. El acervo visual se hace más grande con el Foro Boca edificado como templo a manos del arquitecto Michel Rojkind. Pero este puerto es únicamente visible para el viajero que se remanga la pasividad. Lo mismo pasa con quien quiere ver de qué se trata la cocina veracruzana: hay que dejar de lado el malecón para internarse en la delicia de sus sazones tradicionales y en la de los jóvenes chefs que después de reunir experiencia en el extranjero, volvieron a la tierra prometida para regresarle el título gastronómico que le fue arrebatado hace años.Erik Guerrero, ex jefe de cocina de Pujol y a quien el camino lo ha puesto a liderar a los cocineros del estado, nos llevó a recorrer todo lo nuevo, todo lo viejo, todo lo que hay que irse a comer para ponerle ojos, nariz y boca a la gastronomía del Sotavento (región que abarca, principalmente el puerto, Boca del Río, Medellín y Alvarado). Para el chef Raúl Zamudio de la Monchosa (el movimiento gastronómico veracruzano) va de la mano con el boom de la cocina mexicana. En Veracruz está sucediendo ya, y no solo por el grupo de cocineros que estamos juntándonos para levantar esto, hablo de la gente que se está preocupando otra vez por reconocer lo que tenemos.
La meca garnachera
Maravillas del Golfo
El chef Erik Guerrero se dio cuenta de una dura realidad: estando junto al mar muchos restaurantes servían pescados congelados. Por suerte conoció a Manolo Fernández quien además de tener una cafetería, estaba metido en temas de sustentabilidad. En conjunto con la ONG, Pelagic Life, comenzaron el proyecto de la Buena Pesca hace tres años. Surcando los mares del Golfo los ha apoyado Heriberto Reyes Rosas, cuarta generación de una familia de pescadores quien en la era a.E (antes de Erik) había sido cazador de tiburón y cazón. La pesca que realiza ahora es de uno a uno y a través de técnicas benevolentes que conservan el sabor original de cada especie.Estos pescados de buena vida y buena muerte terminan en manos privilegiadas como las de Raúl Zamudio de la Monchosa. Raúl fue compañero de Erik en la universidad Le Chef College de Veracruz y tras haber trabajado en Miami, en Barcelona y junto a Guillermo González Beristain volvió al puerto para andar el camino de la cocina local. En su pequeño restaurante instalado en un camión cocina la pesca del día y todo aquello que Heriberto saca del mar cada día. Su cocina que denomina fina y de banqueta, tiene sabores y productos simplemente preparados con buenas técnicas y con combinaciones que a la gente a veces le parecen descabelladas. El taco de calamar rebozado con suadero y frijoles refritos o el de pesca del día ahumado con una salsa de acuyo al estilo alvaradeño ya lo confirman.
La tierra del surf and turf
En el puerto, conseguir carne no es un problema. Según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) de 2017, Veracruz es la entidad con mayor producción ganadera del país. Abraham Guillén aprovecha las estadísticas y ofrece grandes cortes de carne (nacionales e importados) en Mardel, el restaurante que abrió hace diez años con su esposa y su cuñada, en pleno malecón. Y como es uno de los convertidos por Erik y Manolo, el menú también es una pasarela de pescados cocinados entrañablemente, fruto del rescate de algunas recetas de la familia y del aprecio que se le da al ingrediente. Las mesas de madera gruesa, que recuerdan a los comedores de las casonas elegantes, se antojan para cubrirlas con platillos tamaño familiar a modo Festín de Babette. Mejor si es un pescado a la veracruzana, la pesca del día al carbón, un trozo enorme de carne al punto y los vinos que Abraham selecciona personalmente de entre varias denominaciones de origen de España, Francia, México, Chile y Argentina.En el Cacharrito se practica una fórmula similar. Su creador, Juan Carlos García inventa muchas de las recetas del lugar pero también las va recopilando de viajes, de andar buscando por aquí y por allá. La carta es un despliegue campechano con varias paradas gozosas como la sopa de calamares enchilpayada de sabor mantequillosos y la pesca a la bilbaína que, siendo de la Buena Pesca, es sinónimo de calidad. El servicio invita a quedarse por varias horas, a pedirse uno o dos vinos mientras se disfruta del milagro de la marea en el Atlántico.
Lo fine y lo fino
Por el postre
Agradecemos a la Secretaría de turismo de Veracruz por todas las facilidades que nos brindaron para hacer este viaje.