Comiendo Piedras: la memoria del sabor

Los colores, las formas y las texturas toman las paredes de las galerías y estudios, pero también de la gastronomía y sus cocinas.

Por Kin N. Reza

febrero 13, 2024

Comiendo Piedras: la memoria del sabor

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¿Cuál es el papel de la cocina durante estas semanas? Más allá de las comidas y cenas a propósito de los encuentros entre curadores, artistas, galeristas, coleccionistas y público en general; y por supuesto, más allás de los cócteles y bocadillos que se servirán en inauguraciones y cláusulas, ¿es posible generar un vínculo aún más estrecho entre la expresión gráfica y la gastronomía?

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La respuesta llega de la mano del equipo del restaurante Lorea, comandado por el chef Oswaldo Oliva, el taller La Ceiba Gráfica y Hoguera, estudio de carpintería, del artista José Porras en su exposición “Comiendo Piedras” que explora la relación entre la cocina y la plástica. 

Foto: Cortesía

Asistimos a la presentación de este trabajo corporativo que partió de una simple idea: la organización de una cena en la que los comensales, sin saberlo de antemano, fueron una de las piezas clave del proceso. En palabras de Arturo Meade, director de La Ceiba: “la experiencia culinaria en la modernidad está marcada por la idea del fast food, una comida simple y rápida que permita al comensal detenerse lo menos posible para apreciar lo que se sirve. El marcado contraste entre los tiempos de elaboración de un platillo y su consumo constituyen un reto para la memoria: ¿Qué sabores lograremos recordar de todo lo que llegue a estar en nuestro plato? ¿Qué experiencias culinarias trascienden para volverse memorables?

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La cena se perfila como una experiencia irrepetible. Días antes, el equipo creativo detrás del menú sale a explorar los ingredientes disponibles en el mercado, su objetivo es transformar la sazón de la región central de Veracruz en algo propio, aprovechando procesos y recetas de otros lugares. La indicación es clara: el vínculo entre el taller gráfico y la cocina será la grasa, al menos los restos que de ella queden sobre el plato o, mejor dicho, sobre la piedra. Los chefs, entonces, se decidieron por la porqueta, un chicharrón crujiente de interior jugoso, que se elabora desde dos días antes, acompañado con ensalada de quelite y un delicioso mole amarillo, similar al chilatole, con textura de salsa.

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De manera intencionada, se utilizaron piezas de mármol mexicano, las mismas que suelen utilizarse para la elaboración de litografías; su sensibilidad a la tinta y a la grasa, incluso la de las manos, hace que su manejo demande delicadeza y cuidado, cualquier error se notará en el resultado; su porosidad es la memoria idónea para este ejercicio.

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La cena tuvo lugar en La Ceiba, un magnífico escenario para la creatividad en medio de la región cafetalera de Coatepec. Con los platillos montados sobre esta peculiar vajilla y los comensales preparados para la degustación, aún aguardaba una última sorpresa: los utensilios. Conjuntando madera y piedra, los utensilios creados en Hoguera, se alejaron de la convención: sus formas no asemejan las concavidades de la cuchara o la agudeza del cuchillo. En palabras del artista, José Porras: “la intención de los utensilios era que el comensal explorará nuevas posturas para comer, y así, complementará la experiencia con la diversidad de nuevos movimientos que implican su uso. Es parte del esfuerzo por equilibrar o amalgamar la experiencia culinaria con la experiencia gráfica.”

Esta exploración no fue casual pues terminó por reflejarse en las piezas resultantes. Cada comensal imprimió sus movimientos en la piedra a través de las características grasas de cada platillo. El resultado fue una serie de trípticos que dan cuenta del paso del platillo a la pieza: registros fotográficos del montaje culinario, la transformación de la piedra, de plato a soporte, y las piezas litográficas producidas a partir de dichas piedras.

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En retrospectiva, el chef Oswaldo Oliva ve este suceso como un “punto de inflexión para el equipo, la cocina se suele compartir desde la sazón, la saciedad y el gusto. A ella me atrajo la capacidad de transformar el ánimo de una colectividad a la mesa. Esta vez entramos al desarrollo de otro tipo de obra. Como cocinero nunca había tenido la experiencia de dejar algo más, un registro físico que diera cuenta de nuestro trabajo llevándolo más allá, hacia el campo de la gráfica. En la comodidad no se produce nada, en este cruce de miradas se dieron pequeñas chispas de magia, descubrimos que hay sustancia más allá de las cosas que creemos saber, al cocinar para este proceso, asumiéndonos como artistas, la creatividad fluye de otra forma”.

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Comiendo Piedras permanecerá en el restaurante Lorea (Sinaloa 141, Roma norte) hasta finales de febrero. Vale la pena observar los resultados de esta experimentación acompañándolos de los platillos que este lugar propone.

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