
Palma desde las alturas: la herencia de Saratoga y la mirada fresca de L’Àtic
Un hotel con raíces, memoria y vocación hospitalaria
Mallorca está llena de lugares que narran su historia en voz baja, como el Hotel Saratoga, en pleno corazón de Palma. Fundado a principios del siglo XX por una viuda valiente, este hotel fue pionero en tiempos en los que la isla apenas soñaba con turistas. Hoy, esa apuesta sigue viva en manos de la familia Borràs, con Catalina al frente, tercera generación y auténtica anfitriona con los pies en la tierra y el alma arraigada a su historia.
El Saratoga nunca para de renovarse y mejorar sus acogedoras instalaciones que cuentan con spa, dos piscinas en la planta baja y una tercera en el skybar de la octava planta, perfecta para contemplar la ciudad desde el puerto a la catedral, mientras cae el sol.

La familia, además, está detrás de otro pequeño refugio mallorquín: el Hotel Can Abril, en Sóller. Un palacio del centro convertido en alojamiento con encanto, donde la piedra vista, las baldosas hidráulicas y el silencio de pueblo se combinan con un trato familiar y sincero.
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L’Àtic: producto local con mirada contemporánea
Pero si hay una sorpresa en este viaje es L’Àtic, el restaurante que corona la séptima planta del Saratoga. Allí se encuentra L’Àtic, un restaurante con alma de mirador y una cocina que conecta con la isla desde lo alto. La propuesta es del chef mallorquín Juan Pinel, un joven brillante y con una trayectoria forjada en casas tan sólidas como las de Paco Ron o Fernando Pérez Arellano.

Su menú degustación “Evolución” es una propuesta en constante transformación, inspirada por el ritmo de las estaciones y el sabor del producto local. El arranque, atrevido y juguetón, deja claro que aquí no se viene solo a comer. Se comienza con pequeños bocados que juegan con el recuerdo y la técnica: croqueta de curry verde con pescado de roca, un snack que estalla en boca; láminas de rape curado con notas cítricas; y un buñuelo relleno de queso mahonés coronado por tartar de ternera, que reinterpreta con frescura los sabores del bocadillo de toda la vida.
El producto local, que Juan consigue en las lonjas y huertas destaca. La burballa mallorquina con gamba carabinera a la brasa y curry amarillo es una fusión sutil donde el fondo de mar y especias se entrelaza con un arroz que absorbe cada matiz. El dentón —uno de los pescados más nobles del Mediterráneo— se sirve con beurre blanc y alcachofa confitada, en una versión refinada y ligera o un timbal de carrillera y rabo de vaca con cebolla en texturas, cocinado a fuego lento y paciente, que se desahace en la boca.

El broche dulce mantiene el nivel. El postre de limón, con dátil y coco, es una sorpresa de frescor y cremosidad, sin excesos de azúcar, o se puede optar por un original arroz con leche y maís.
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Un rincón al que volver, una experiencia que se queda
L’Àtic es de esos lugares que consiguen transmitir calma sin perder intensidad. El servicio acompaña sin imponerse, y la carta de vinos —con una buena selección de referencias mallorquinas— redondea una experiencia sensorial que va mucho más allá del menú. Todo fluye, desde la primera vista sobre la ciudad hasta el último sorbo en copa.
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