Autor: Alina Garduño
¿Sabías que el vino espumoso de renombre mundial proviene de una región que se ha sobrepuesto una y otra vez a adversidades casi imposibles de sortear? ¿Que entre otras, la Primera y Segunda Guerras Mundiales, devastaron los viñedos de Champagne y amenazaron, cada vez, con acabar con la industria del vino, al destruir prácticamente por completo la ciudad de Reims, donde las grandes casas productoras de champagne están ubicadas? Mas de mil días consecutivos de bombardeos por parte de los alemanes a partir de 1914 casi terminan con esta resiliente región. Muchos de los viñedos con mayor historia en realidad se encontraban a lo largo del Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial, lo que significa que al final del conflicto, hace un siglo, los campos estaban llenos de sangre, plantas arrancadas de la tierra por el fuego de la artillería y los bombardeos constantes y vides destruidas por gas venenoso. Es un milagro que cualquier cosa haya logrado sobrevivir ahí.
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Nunca me había detenido a pensar de dónde y cómo llegaba a mi mesa esta botella tan nice, simplemente creía que venía de un lugar lejano donde la gente recogía uvas y las convertía misteriosamente en algo delicioso, efervescente y brillante. Pero ahora sé que el hecho de que el champagne exista y florezca, es nada menos que un milagro. Cada vez que bebo una copa, sé que la magia contenida en las burbujas es más que sólo un truco de fermentación y gas carbónico; es un testimonio de la sangre, el sudor y las lágrimas de generación tras generación de enólogos.
Un monumento “virtual” a la perseverancia del espíritu humano.
Es muy importante notar que champagne no es una descripción para todo el vino que brille o tenga burbujas. Para poder calificar como champagne, un vino debe provenir de la región de Champagne, a menos de 160 kilómetros de París, una zona muy complicada para que las vides sobrevivan. Además, la tierra caliza forma una capa muy gruesa —a veces de cientos de metros— lo que presenta un reto aún más grande para que las raíces encuentren agua.
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Durante la Segunda Guerra Mundial sobre todo, este preciado líquido era deseado y exigido por los altos mandos del ejército alemán, obligando a cada vinícola entregar todas y cada una de las botellas que tuvieran en sus bodegas. Esto llevó a los dueños a construir cavas kilométricas con pasadizos escondidos, y proteger con sus vidas dicho tesoro. Cabe mencionar que quien no entregara hasta la última gota de champagne era considerado un traidor, lo atrapaban y fusilaban por negarse a seguir las órdenes. Los productores crearon estrategias para tener al alcance de “los malos” algunas botellas sucias, llenas de jugos de no muy buena calidad para “engañarlos” y que decomisaran esas y no las producciones de mayor valor.
Me queda claro que la perseverancia de las vides ante circunstancias adversas, fue lo que llevó a los enólogos a proteger, los siglos de tradición y trabajo arduo de las personas involucradas en cada burbuja.
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Finalmente, para ti lector: espero que la próxima vez que abras una botella de champagne, ya sea para celebrar un momento especial o simplemente para disfrutar en una noche entre semana, piensa en la luz y la oscuridad, la tragedia y el triunfo, que son parte de cada copa. Después de todo, esas tentadoras burbujas en tu champagne representan una tradición de coraje, un espíritu de esperanza y la lección de que si perseveras en las adversidades, podrías hacer magia. À ta santé!
Algunas de las grandes casas que sobrevivieron a esta terrible etapa de la humanidad y continúan produciendo champañas increíbles son: Veuve Clicquot, Ruinart, Krug, Moët & Chandon, Dom Pérignon, Mercier.
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