La arqueología vinícola de Alberto Orte en el corazón de Jerez

En el Marco de Jerez, Alberto Orte reintroduce variedades prefiloxéricas y prácticas vitícolas históricas para elaborar vinos que amplían el marco clásico más allá del velo de flor y la palomino.

Volver al viñedo para avanzar

En un rincón discreto del Pago de Añina, entre tierras blancas de albariza y brisas atlánticas, Alberto Orte lleva años reescribiendo —con paciencia, intuición y estudio— la historia del vino jerezano. Lo suyo es un trabajo de arqueología vinícola silenciosa que está transformando el futuro del Marco desde la raíz: el viñedo.

Con más de dos décadas de investigación y práctica, Orte ha recuperado 26 variedades históricas de uva, muchas de ellas desaparecidas de los campos andaluces desde hace más de un siglo. Su empeño no se limita a rescatar nombres del olvido; implica rastrear material vegetal por toda la Península, reproducirlo, injertarlo en viñas vivas y devolverle su expresión en forma de vino. Una hazaña técnica y emocional.



Técnicas históricas, viñedo vivo

En su finca ecológica de más de 20 hectáreas en Jerez, trabaja sin herbicidas, con cubiertas vegetales y tratamientos biodinámicos, cuidando un suelo lleno de vida. Allí, entre insectos, flores y bacterias, cultiva palomino fino, tintilla, vigiriega, malvasía y otras variedades blancas y tintas que hace décadas no se veían por la zona.

Los injertos los realiza él mismo, a mano, y utiliza sistemas de poda históricos como el “vara y pulgar”, aplicados no solo al palomino, sino también a las demás variedades, un gesto inusual que expresa el respeto profundo por la tradición local.

Repensar Jerez más allá del velo

El resultado se traduce en una gama de vinos no fortificados —blancos y tintos— que reflejan el carácter del viñedo con una frescura insólita y una textura caliza que remite al origen geológico de la zona. Etiquetas como Atlántida Blanco (de vigiriega), Vara y Pulgar, o Atlántida Annius, un vino de ensamblaje de variedades antiguas, muestran que es posible repensar Jerez más allá del velo de flor, sin renunciar a su identidad.

A través de Bodegas Poniente, Alberto Orte también elabora vinos generosos excepcionales —finos, amontillados, olorosos, palo cortado— con una personalidad única. Vinos de crianza larga, con sistemas de criaderas y soleras poco intervenidos, que en algunos casos superan los 30 o 40 años de media. El fino, por ejemplo, tiene más de nueve años; el amontillado, más de cuarenta. Y lo más interesante: muchos de estos vinos parten de una paleta genética completamente distinta al estándar, con más de 200 clones de palomino fino y palomino de Jerez recuperados por el propio Orte.

Este trabajo llega en un momento especialmente sensible para el Marco, donde se debate la creación de una denominación específica para los llamados vinos de pasto. Un término que, si bien ha servido para diferenciar los vinos tranquilos no fortificados, resulta insuficiente para describir la complejidad y el valor de proyectos como el de Alberto Orte. Sus vinos no son “de pasto” en sentido estricto: son un acto de memoria y de creación a partes iguales, una ventana al pasado que señala, con claridad, hacia el futuro.