La representación de la comida: de las pinturas rupestres al Instagram

En 500 años de historia la representación gráfica de la comida ha cambiado de forma pero no necesariamente de fondo. De las pinturas rupestres al Instagram ha sido retratada como un reflejo de nuestras aspiraciones.

abril 17, 2019

La representación de la comida: de las pinturas rupestres al Instagram

Foto: Juan Pablo Tavera

Un miércoles con cara de cualquiera, a las 11:37 de la mañana @lovely_lattes entra a la Panadería Rosetta. Pide un latte con un rol de guayaba con ricotta y se sienta en la barra donde saca su Iphone para capturar el #instamoment. Analiza la foto, la ‘interviene’ con un par de filtros y la sube a la red social en la que pasa más de seis horas al día. El caption: Morning glory #deli #uff. Nuestra querida instagramera abandona el lugar después de darle una mordida al rol de guayaba y apenas tocar el café —porque es intolerante a la lactosa, pero todos sabemos que la leche de almendra no hace la misma espuma—. En el camino abre Instagram para medir cuántos nuevos likes y seguidores le regaló este rol de guayaba.

Foto: Juan Pablo Tavera

La verdad sea dicha a @lovely_lattes no le interesan los baristas, ni la calidad del café o de la panadería. Tampoco le importa que otras personas conozcan la panadería de Rosetta.  Lo que quiere, explica la evidencia, es picarnos las costillas y despertar nuestra envidia: ella tiene la libertad de tomarse un café con pan un miércoles al medio día. Todos tenemos a una @lovely_lattes en nuestras vidas o, al menos, en nuestros timelines, a ese foodie empecinado en restregar lo cool que es su estilo de vida a través de la comida. Esta obsesión: la de aparentar un estatus utilizando la comida no es exclusiva de la era del influencer. Es una pulsión antigua en la raza humana, una aspiración que puede rastrearse en todas las representaciones gráficas de la comida, incluso en las pinturas rupestres de los hombres de las cavernas.

El caso de Altamira

De acuerdo al libro Food: The History of Taste el caribú  fue la fuente principal de proteína para los hombres de la era paleolítica que habitaron en Altamira, España. Sin embargo, casi como una contradicción, se tienen más registros en las pinturas rupestres de especies como el bisonte. “Curiosamente, los caribús, las especies más comúnmente cazadas son retratadas con menos frecuencia. Quizás eran tan comunes que les interesaban menos a los artistas”, explica Paul Freedman, editor del libro. Hace más de 2.5 millones de años, que la historia se repite: que lo que despierta mayor interés en nosotros es lo atípico sobre lo ordinario. Desde entonces, la representación de la comida en el campo estético tiene que ver más con el deseo que con la objetividad.

Ilustración: Anaid Osuna

500 años de ver comida

Brian Wansink, Anupama Mukund y Andrew Weislogel, investigadores del laboratorio neoyorkino Cornell Food and Brand Lab, se dedican a analizar la manera en la que se compran, se preparan y se consumen los alimentos. En 2016 este grupo de investigadores realizó un estudio para determinar si la frecuencia con la que ciertos ingredientes aparecen en las pinturas reflejan nuestra forma de comer. Food Art Does Not Reflect Reality: A Quantitative Content Analysis of Meals in Popular Paintings es su conclusión; un análisis que retoma 140 pinturas de Europa occidental y Estados Unidos producidas entre el año 1500 y el 2000. Los resultados de este estudio hablan, nuevamente, de la representación de la comida como una manifestación de nuestra naturaleza aspiracional, como un testigo del estatus de ciertas clases sociales. En el 76% de estas pinturas las frutas, especialmente los limones, son un elemento recurrente. Sólo en el 19% aparecen vegetales y con mayor frecuencia plantas como la alcachofa. En más del 54% figuran panes, o algún tipo de pasteles y en el 39% carne o mariscos, como la langosta, un crustáceo vistoso que pasó de criatura indeseable a manjar a partir del Siglo XIX. Antes, las langostas eran el alimento de los presos en las colonias americanas, pues había tantas en esta región que resultaban indeseables. Gracias a los enlatados llegaron a Inglaterra para venderse diez veces más caras y convertirse en un símbolo de estatus.

Lobster and Oysters de Alexander Coosemans

Esto es una prueba de que la etiqueta “aspiracional” con el que se califican a ciertos tipos de platos e ingredientes, a veces está ligada a la oferta y la demanda. Los productos escasos son más costosos y, en consecuencia, más exclusivos, como los pescados y mariscos a los que un reducido porcentaje de la población tenía acceso pero aparecen con frecuencia en los bodegones del Siglo XVII. Así como hoy resulta poco atractivo el post de un sándwich casero, los artistas de otras épocas evitaban retratar alimentos que eran populares, habituales o fáciles de conseguir, como los huevos o la calabaza. Los alimentos más inaccesibles eran los de mayor interés para un artista por su valor estético o para los mecenas que encargaban obras para proyectarse como conocedores, como sibaritas o como viajeros con un gusto por lo extraordinario. Un buen ejemplo de lo anterior es el limón, un cítrico poco común en los Países Bajos que figura con frecuencia en las pinturas que se producían en esta región. Otro ejemplo son los productos de mar que que aparecen en los bodegones de Alemania, un país con una línea costera y áreas de pesca muy reducidas.

Del pincel a la cámara

La importancia estética de la comida escaló varios pisos con el nacimiento de la fotografía. Poco tiempo después de su invención en el Siglo XIX, los fotógrafos comenzaron a entrenar sus lentes para capturar los valores estéticos de la comida mucho más allá del marco nutrimental. La primera democratización de la imagen, que llegó con la fotografía, trajo también nuevas aproximaciones y perspectivas. En la década de los setenta, por ejemplo, el fotógrafo Stephen Shore creó “Trail’s End Restaurant, Kanab, Utah” una obra que retrata unos hotcakes con mantequilla y un melón partido a la mitad que gira sobre la cotidianeidad de la comida, sobre el acto de comer y que para Shore captura la esencia de la cultura culinaria estadounidense en 1973.

Imagen del archivo del MoMA: https://www.moma.org/collection/works/52724

Esta fotografía, y esta aproximación a la comida es, de acuerdo a Food & Wine una de las imágenes que marcaron la forma en la que comemos. “La comida era un aspecto de la vida cotidiana que no estaba muy fotografiada”, explica Shore. Es una imagen aparentemente sencilla pero al mismo tiempo tan relevante que hoy forma parte del archivo fotográfico del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Re-educar el ojo

Tomar fotografías de alimentos se ha vuelto un hábito de las generaciones insertas en el mundo digital. Las redes sociales están inundadas de hilos de queso raclette, galletas de chocolate, avo toasts y rebanadas de pizza, de imágenes prístinas con tragos sobre mesas de mármol blanco en las que el valor ‘artístico’ (si es que hay alguno) se diluye entre el volumen y la repetición. Ana Lorenzana, fotógrafa reconocida por publicaciones gastronómicas y restaurantes, aclara la diferencia entre un fotógrafo amateur y un artista con la siguiente comparación. A diferencia de los pintores de bodegones que florecían en el Siglo XVI y decidían qué y cómo se incluían los alimentos en su pintura, maquinaban la iluminación ideal, su paleta de colores y el grosor de sus pinceladas, los fotógrafos del celular han perdido esa intención. La fotografía hoy es producto de una oportunidad, una consecuencia de la democratización en la producción de imágenes. Son contados los casos de las fotografías en Instagram que tienen un discurso artístico y encontrarlas es más complicado que buscar una aguja en un pajar. En 2017, se vendieron 215.8 millones de iPhones y 1.244 mil millones de Androids. Somos muchos los que tenemos una cámara de una calidad medianamente decente pero eso no significa que todos podamos ser artistas. En el tiempo de los lienzos y el óleo había malos pintores pero había un filtro (el del esfuerzo) para producir una imagen. Hoy, un click y un par de filtros bastan para presumir al mundo lo que estamos comiendo.  El valor aspiracional de la comida prevalece y prevalecerá. El problema es que el sentido estético va en decremento a la par del incremento en la facilidad para producir imágenes.

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