Un buen bar debe ser mucho más que un lugar para relajarse con un trago después de trabajar o para comenzar el fin de semana. En un mundo ideal, todos los amantes del fine drinking deberían tener un sitio de confianza, que cumpla con ciertas características. La primera es un menú que oscile entre los clásicos infalibles, creaciones propias de la barra e improvisaciones ocasionales para decir ¡sorpréndeme!. La segunda, una persona en barra capaz de hacer a los visitantes sentirse como en casa, y para terminar, la promesa de que cualquier cosa puede pasar. Y esto es justo lo que ofrece Albar.
Ubicado en la colonia Juárez, esta barra pertenece al restaurante Alba, del chef Alejandro Cabral, y está dirigida por Diana Capistrán, encargada, entre otras cosas, de hacer el primer menú oficial del lugar: Algo que admiro mucho de Alex y de Moy Sierra (bartender antiguo socio de Albar), es que arrancaron el lugar en plena pandemia y con lo que había; nuestra barra estaba conformada por el alcohol que ellos ya tenían, comenta Diana, quien al momento de la visita se encontraba en pleno proceso de creación de menú. La línea que queremos seguir consiste en utilizar los ingredientes que hay en cocina. La filosofía del lugar siempre ha sido hacer lo mejor con lo que se tenga a la mano
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Así, el menú gira alrededor de la cocina con tragos no tan complicados pero de una creatividad sobresaliente, de tal forma que si en la cocina hay ceniza de maíz, se va a reflejar en el bar. Si el chef compró betabeles, seguramente acabarán convertidos en el jugo de un trago ideado por Diana y su equipo, integrado por dos mujeres que demuestran un ingenio en la barra: Lily Aguilar y Sofía Muñoz. Bajo este criterio, cenar en Alba y maridar con Albar aunque tenga su propio menú de snacks se convierte en un ensamble obvio y necesario de experimentarse. Pero lo que hace verdaderamente especial a este menú es la familiaridad que retrata: en sus tragos se encuentran historias de algunas personas que han llegado a la barra.
Al momento de nuestra visita, por ejemplo, el bar trabajaba en un trago en honor a una bartender cuya primera profesión era embalsamadora. Otro trago: Sin Chapulines (mezcal, Ancho Reyes verde y jarabe), recibe su nombre en honor a una clienta: Ella es vegana y a mí se me olvidó, entonces le puse unos cuantos. Ella al verlo me dijo muy amable: sin chapulines, por favor. Entonces, se quedó este trago en su honor. La consigna de Diana es que, mientras cuenten con los ingredientes, se consentirá a los visitantes con tragos que se adapten a sus antojos del momento.
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Aquí cada persona que llega ya sea frente a la barra o detrás de ella deja algo de sí misma y gracias a eso se está creando lo que podría convertirse en uno de los menús más significativos de la ciudad. La experiencia Albar se complementa con una serie de eventos que hacen que el lugar siempre tenga algo nuevo que ofrecer: desde los clásicos guest bartendings con embajadores de las marcas más sobresalientes, catas de mezcales elaborados por pequeños productores, hasta noches setenteras dignas de convertirse en la reina del baile por unas horas, todo en un ambiente casual y una mezcla de gente local y extranjera.
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El concepto de bar de barrio está teniendo una de sus mejores épocas en la Ciudad de México. Lejos quedaron los días de centros de consumo con conceptos génericos y poco a poco estamos viendo un surgimiento importante de bares que promueven una carta sencilla pero extraordinariamente bien pensada tanto en alimentos como en bebidas, servida en un ambiente relajado, sin pretensiones ostentosas, al que den ganas de regresar una y otra vez. Y, a pesar de su juventud, Albar parece tener muy claro este camino; tanto, que no tardará en convertirse en un referente de calidad en ese segmento.
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