Graham Greene, el odioso melindroso

Ninguna empatía refleja el escritor inglés hacia nuestro país a lo largo de las páginas de Caminos sin ley donde, entre otras cosas, consigna su desfavorable opinión hacia nuestra gastronomía.

Por Arturo Reyes Fragoso

diciembre 11, 2023

Graham Greene, el odioso melindroso

Foto: Cortesía Wikipedia

Fuera del café chiapaneco que encontraría admirable, y la espumosa taza que le ofrecieran en el mercado de Villahermosa luego de batir una endurecida pastilla de chocolate para preparar la “única bebida aceptable de Tabasco”, el grueso de lo que bebiera y comiera Graham Greene durante su estancia en México, en 1938, le resultaría prácticamente abominable.

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Ninguna empatía refleja el escritor inglés hacia nuestro país a lo largo de las páginas de Caminos sin ley, libro de viajes derivado de las cinco semanas que lo recorriera en el marco de la expropiación petrolera cardenista, aunque la experiencia también le sirvió para concebir, poco después, El poder y la gloria, su novela más celebrada, inspirada en las anticlericales secuelas del garridismo todavía existentes en Tabasco, “el estado sin Dios, el paisaje del terror y del cautiverio de un hombre perseguido; bosque y agua, sin caminos, y en el horizonte las montañas de Chiapas, como el muro de una cárcel”.

Lázaro Cárdenas anuncia por radio la expropiación petrolera
Lázaro Cárdenas anuncia por radio la expropiación petrolera | Foto: Cortesía Wikipedia

Describe las tortillas como una “especie de panes grasosos y secos que en México acompañan todo alimento”; un poco más condescendiente se muestra con el atole, descrito como “un líquido claro y gris, como una bebida de abstemios”, el cual sin embargo encontraría tonificante, al tiempo de definir al tequila como “una especie de ginebra bastante inferior”, comparación por demás disparatada. Durante su recorrido por Tabasco y Chiapas —que incluiría sobrellevar los estragos de la disentería y un infernal traslado a las ruinas de Palenque, a lomo de mula— trataría de apaciguar los efectos del tórrido clima con cerveza caliente y agua mineral “coloreada de rosado y dulcificada por alguna sustancia química”.

Jima de un agave tequilero
Jima de un agave tequilero | Foto: Cortesía Wikipedia

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Su desencuentro con la gastronomía local se produce desde su llegada a la fronteriza ciudad de Nuevo Laredo, escenario de la siguiente impresión:

“El almuerzo era horrible, como lo que se come en sueños, insípido de una manera positiva, hasta el punto de que la misma ausencia de sabor resultaba repugnante. Toda la comida mexicana es así; si no tiene salsas picantes, no tiene nada, simplemente una multitud de platos plantados simultáneamente en la mesa, de modo que cinco se enfrían mientras una come el sexto; trozos de carne anónima, un plato de frijoles, peces de los cuales hace mucho que se ha extraído todo sabor marino, arroz mezclado con algo que parece larvas de insectos (tal vez lo sean), una ensalada (peligrosa, nos advierten siempre, y durante mucho tiempo uno hace caso de la advertencia), un montoncito de piel y huesos que llaman pollo; el desfile de platos que se enfrían prosigue incesantemente hasta el borde de la mesa.”

Graham Greene en edad madura
Graham Greene en edad madura | Foto: Cortesía Wikipedia

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Otra descripción foránea de las tortillas

Insípidas, blandas, grandes como un plato y elaboradas con “harina de maíz”, así describió a su vez Paula Kolonitz las tortillas probadas en tierras mexicanas, a las que arribaría como parte del séquito de Maximiliano y Carlota, a su llegada de Europa en 1864, a bordo de la fragata Novara. La aristócrata austriaca las probaría con la desembarcada pareja imperial, como parte del opíparo almuerzo brindado por su comité de recepción antes de abandonar las entonces insalubres tierras veracruzanas, camino a la ciudad de México.

Maximiliano y Carlota a su llegada al puerto de Veracruz
Maximiliano y Carlota a su llegada al puerto de Veracruz | Foto: Cortesía Wikipedia

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Turista chocante

Graham Greene (1904-1991) encontraría odiosa la ciudad de México, con su estridente tráfico y tiendas para turistas atiborradas de “sarapes ordinarios y porcelana ordinaria y espantosas y rebuscadas filigranas de plata”, y donde terminará comiendo wafles con salchichas en compañía de un anciano turista de Wisconsin, con quien acude al restaurante más anglosajón de la capital: el Sanborns de los Azulejos.

La ciudad de México que conoció Greene a finales de los años treinta del siglo pasado
La ciudad de México que conoció Greene a finales de los años treinta del siglo pasado | Foto: Cortesía Wikipedia

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Comida novedosa

Salvador Novo, por su parte, señala en uno de sus abundantes escritos memoriosos que, desde la década anterior a la llegada de Greene a la capital de nuestro país, ya el Sanborns de los Azulejos ofrecía comida “anglosajona”, novedosa entonces dentro de la oferta gastronómica local, donde el célebre cronista y sus compañeros del grupo de “Los Contemporáneos”, solían acudir a paladear “el corn beef hash y la ensalada de frutas con cottage cheese”, o bien “a merendar, las tostadas Melba, delgadas, duras y fuertemente espolvoreadas con canela —o un ice cream soda”. (Agua la boca)

Sanborns de los Azulejos, con el restaurante más cosmopolita de aquella época
Sanborns de los Azulejos, con el restaurante más cosmopolita de aquella época | Foto: Cortesía Wikipedia

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Nota: Fotos antiguas y tomadas de Wikipedia.

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