El frío está presente. Los días son más cortos y en el ambiente prevalece un ánimo de fiesta sin que muchos puedan participar en esta. Las mesas largas se vuelven complejas. La volatilidad de las conversaciones entre copas se vuelven incómodos para los servicios de las salas y la búsqueda de último minuto de una mesa, se convierte en un tema de batalla moral donde al negar el espacio nuestro restaurante favorito se convierte en el espacio ingrato o si acaso se puede llevar la excepción y se otorga un lugar para la reserva, elevamos al capitán o al cocinero a nivel bendito.
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Son tantas emociones y tantos servicios en estos días que la cartera de unos adelgaza y la de otros crece. Es el juego de la oferta y la demanda. Así es cada año. Acelerado, frío de clima y en ocasiones frío de corazón.
Carlos trabaja en una cocina. Lava los platos del restaurante y lleva dos años haciendo esta valiosa tarea, en lo que pasa el tiempo y el jefe de cocina le da la oportunidad para salir a cortar vegetales. En su casa solo saben que trabaja en en un restaurante y en la colonia le dicen El Chef. Los apodos no importan cuando la paga llega en tiempo y cuando él logra cubrir los gastos de su pequeño hogar en las afueras de la Ciudad de México.
Para llegar a la apertura del restaurante, Carlos sale de casa a las 5 de la mañana. Camina 8 cuadras para llegar al paradero del autobús. El perro que le ladraba hace un año, ahora camina junto a él, gracias al pan que le entrega cada mañana. Son pocos los faros de la calle y el frío le seca la cara. En lo que camina, consume de su viejo termo un café soluble y muerde su pan con mantequilla que su esposa le ha puesto para comenzar la mañana. Sube en el autobús y esconde en el calcetín su celular mientras que en la bolsa de la chamarra lleva un viejo aparato por si hubiera un incidente llamado robo al transporte.
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Después de una hora de camino, varias paradas y la incomodidad del vaivén del transporte saturado, llega a la estación del metro, se apresura a entrar y en el mar de gente, la marea hace lo propio. El solo se deja llevar hasta llegar al andén. Ahí aguarda unos minutos. Sabe que si no hay retraso en el metro, seguro podrá llegar bien al transbordo en Pino Suárez para después correr rumbo al transbordo que le llevará al metro Chapultepec. La ciudad ha despertado y el flujo de gente le da la vida. Son las 8 de la mañana y por fin llega a su destino. Solo espera que el jefe en turno abra la cortina para comenzar con sus tareas. Ha roto récord este día, solo tardó tres horas en llegar.
Son tantas emociones y tantos servicios en estos días que la cartera de unos adelgaza y la de otros crece. Es el juego de la oferta y la demanda. Así es cada año. Acelerado, frío de clima y en ocasiones frío de corazón.”
Del otro lado de la ciudad, Carolina se levanta corriendo. Despierta a su hija para que se apure, se bañe y desayune para que juntas puedan salir rumbo a la escuela la niña, y la madre al restaurante. Carolina es la cajera. Nunca puede faltar. Ya que además de cobrar, reparte las propinas que administra junto al gerente y en ocasiones resuelve problemas contables que no están en sus tareas descritas en el contrato, pero así es la vida, dice ella.
Son las 6:15 de la mañana y el camión no pasa. Los microbuses van llenos y ella camina entre chiflidos del paradero mientras cierra los oídos a las bajezas de una colonia brava que ya no le incomoda. Son casi dos horas de camino. No ha desayunado y sabe que al llegar, podrá junto con su café, probar una buena torta de Don Lencho, que ya es famoso por su entrega puntual a los trabajadores de los restaurantes de la zona.
Carlos y Carolina sólo descansan un día a la semana. Trabajan más de ocho horas y no por gusto. Lo hacen así para llevarse un extra al día que les ayude en los gastos de casa. En su viaje de regreso tardan en ocasiones el doble de lo que han transitado en la mañana. Dicen no estar cansados nunca, sin embargo a su corta edad, los estragos del cutis, las manos y la pequeña barriga, evidencian los excesos de las jornadas y su mala alimentación.
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Los dos sonríen siempre. Son alegres, puntuales y honestos. Son solo dos de las muchas personas que hacen que la gastronomía se mueva por la ciudad. No tienen coche propio. No viajan de vacaciones a la playa y mucho menos gozan de un teléfono de alta tecnología. Viven ellos al día y con más alegría que muchos otros en la industria. Y eso pasa, porque gozan de lo que hacen y respiran con amor la industria de la gastronomía.
Hoy es Noche Buena, la jornada será doble y ellos sin queja alguna están listos para este arduo día. Habrá tantos rostros que no veremos esta noche y sabemos que su esfuerzo hace posible la vida gastronómica de una ciudad. Los seres invisibles no ganan premios pese a que sus espacios de trabajo si. A muchos nos les vemos, pero suponemos que están por ahí, porque hay algo que funciona bien en los restaurantes.
Hoy es Noche Buena, la jornada será doble y ellos sin queja alguna están listos para este arduo día”.
Estas personas invisibles merecen ser mencionadas, señaladas y abrazadas. Porque muchos días no serían tan exitosos como los días de hoy sin sus manos, su alegría y su importante trabajo. Hay días de fiestas para muchos y esto podría haber sido un cuento de Navidad sin embargo en estas fechas traigo más corazón y mente para quien menos se ve y hace posible que la vida gastronómica continúe.
Al final, despertar temprano es algo que ellos ya hacen. Espero pronto lo hagas tú.
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