
La mítica Nao de China, también conocida como Galeón de Manila, convirtió a la actual capital de Filipinas en un puchero de culturas donde deambulaban por igual españoles, chinos, holandeses, hindúes, mongoles, franceses y portugueses, entre otras nacionalidades.
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Todos ellos convergían en el llamado Parián de los Sangleyes, a la orilla del río Pasang, según lo acota José Guadalupe Benítez Muro en Sabores de Oriente: naturalmente atraídos por el inmenso caudal de plata que llegaba a las Filipinas, los mercaderes asiáticos de China y el sureste acudían a Manila a intercambiar tal cantidad de productos que sobrepasaban cualquier vuelo de la imaginación.

Durante dos siglos y medio, las riquezas extraídas de las minas peruanas y novohispanas sirvieron para adquirir perlas y piedras preciosas de la India, Tailandia y las islas del Pacífico, canela, pimienta, clavo y otras especias de Ceilán, Java y las islas Molucas, marfil camboyano y primorosas sedas chinas.
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Las exóticas mercancías arribaban al puerto de Acapulco después de una travesía marítima que podía prologarse hasta seis meses, al contrario de los dos que promediaba el trayecto inverso, pletóricos de vicisitudes y donde menudeaba el escorbuto, tifones, embarcaciones al pairo ante la ausencia de vientos, y el implacable acoso de los piratas que solían enfrentar la tripulación y los hacinados pasajeros de las embarcaciones aventuradas a emprender el viaje de tornavuelta al continente americano.

De la misma manera que durante la Colonia llegaron a México mangos, tamarindo y algunas variedades de arroz asiáticos, otros alimentos americanos terminaron por incorporarse a la dieta de los filipinos, como el cacao de Soconusco, aclimatado hasta convertirse en unos de los primordiales productos del archipiélago. Antes de que el chocolate se industrializara, se elaboraba en las casas, como en México. Había chinos que iban de casa en casa, con sus piedras de moler, preparando las diferentes recetas de chocolate, según los gustos de cada familia, como las famosas chocolateras de nuestra tierra, asienta Benítez Muro.
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Paladares asiáticos conquistados
Lo mismo ocurrió con el tabaco, que pronto llegaría a ser un imprescindible producto de importación americano, al igual que la jícama, chayote, papaya, flor de calabaza y camote, amén de platillos y bebidas como tamales y atole.

Guachinangos
Los introductores de todos estos productos, señala el investigador culinario, eran conocidos como guachinangos: soldados y marinos de rústica condición, muchas veces mandados a Filipinas por la fuerza, ya fuera por causa de la justicia o huyendo de ella. Como fue el caso del Periquillo Sarniento, ese protopícaro mexicano, a quien Joaquín Fernández de Lizardi hizo purgar ocho años de condena en Manila.

Filipinos remilgosos
También el maíz arribaría a Filipinas, aunque sin lograr la aceptación de sus consumidores mexicanos, en parte porque a las mujeres nativas les pareció excesiva la labor de convertirlo en tortillas a través del metate, y porque su sabor no resultó tan atractivo como el arroz hervido en agua, preparada a la fecha en Michoacán y Chiapas, con el nombre de morisqueta.

¡Cierren las puertas, señores!
Mucho les deben también los palenques a los filipinos, al importar a nuestro país su afición por las peleas de gallos (Agua la boca).

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