Nueva York, esa ciudad que se mete por los poros muy profundo y desde el primer momento. La que siempre espera y recibe sabiendo bien que al llegar ya no habrá vuelta atrás. La que enamora como debe ser: sin sigilo ni medias tintas; a la que la vida no le alcanza para devorarse toda y con todos los sentidos.
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Capítulo 1. La Bienvenida.
Uno de los restaurantes más emblemáticos de Nueva York en uno de los sitios más icónicos del mundo: Grand Central Oyster Bar & Restaurant en Grand Central Station, el cual abrió sus puertas en 1913, mismo año en que esta imponente estación comenzó a operar, convirtiéndolo así en uno de los restaurantes más longevos de Manhattan.
El [majestuoso] aperitivo.
Main Concourse, el vestíbulo de la estación de trenes más grande del mundo vigilado por las cuatro caras del Ball Clock -una obra maestra de la mecánica, el reloj al que nunca se le hace tarde [sic.]-, la danza de la gente en sus andenes bajo sus elegantes e imponentes bóvedas estrelladas y los secretos recorriendo su Whispering Gallery.
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El [espléndido] plato fuerte.
Un enorme arco enmarcando la bienvenida al oyster bar más famoso de NYC, el restaurante con uno de los menús de mariscos más amplios y frescos de la ciudad con más de una veintena de pescados distintos, treinta variedades de ostras y su reconocida y galardonada carta de vinos con más de ochenta etiquetas que se ofrecen por copeo.
Un lugar tan lleno de magia como de sencillez. Servicio relajado y cercano, mesas de madera con manteles de tela a cuadros, sus modestas barras con sillas tapizadas en vinil blanco y menús de papel que la hacen de manteleta. La maestría de los ostreros abriendo las conchas, la música de las ostras resonando en los platos, las copas brindando, las pláticas y las risas viajando por sus techos abovedados.
Clam chowder, un suntuoso plato de ostras y langosta fresca. Todo alrededor diciendo en voz alta ¡esto es Nueva York!
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El [refinado] digestivo.
The Campbell Apartment, un bar escondido en la Gran Estación Central considerado como uno de los mejores y más exclusivos de la Unión Americana no solo por su coctelería sino por la historia que sus paredes custodian y la exquisitez de su diseño, el cual mantiene intacta la esencia de la década de los veintes, época en la que este apartamento funcionaba como oficina del magnate John W. Campbell.
Un martini, un negroni y una buena conversación: punto y seguido.
Hay Nueva York para tantas memorias.
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