Aurora Torres cocina identidad, entre la memoria y la huerta

Cada año, Aurora Torres se enfrenta a una tarea que va mucho más allá de la creación de un menú. Se trata de un ejercicio de memoria, de militancia por el territorio y de homenaje íntimo a su linaje. En Lula, el restaurante que lleva el apodo de su abuelo y que se ha convertido en el corazón gastronómico de la Vega Baja del Segura, la cocina es una forma de resistencia. Contra el olvido. Contra la estandarización del gusto. Contra la pérdida de saberes que viven en la tierra, en las manos y en los fogones más humildes.

Este 2025, Aurora vuelve a dar un paso adelante en ese camino que ha elegido recorrer, codo con codo con los productores de su entorno. El nuevo menú es un viaje que comienza con una calabaza casi olvidada, una variedad autóctona que había caído en desuso por su escasa rentabilidad. Aurora la ha recuperado no solo como ingrediente sino como símbolo. Durante meses trabajó para encontrar la manera de utilizar sus semillas y convertirlas en una harina viable. El resultado es un pan de calabaza —fragante, complejo, ligeramente dulce— que inaugura la experiencia en Lula con un gesto humilde y revolucionario: devolver valor a lo que se ha dejado de mirar.

La Vega Baja como punto de encuentro y transformación

No podía quedarme en usar solo la pulpa”, comenta Aurora en uno de los audios donde explica el proceso. “Quería que todo se aprovechara. Que esa calabaza volviera a tener sentido para quienes la cultivan, y también para quienes la comen.” No es solo una elección culinaria, es una decisión política y emocional. Y así es todo en Lula. En la cocina de Aurora no hay una sola cosa que esté ahí porque sí. Todo responde a un compromiso: con la historia, con el paisaje, con la memoria afectiva y con los ingredientes este menú nace con una premisa clara: la Vega Baja como punto de encuentro entre la Comunidad Valenciana y Murcia.



Aurora Torres chef del restaurante Lula

En este rincón fronterizo los productos se cruzan, se mezclan y se transforman. Aquí, el tomate valenciano se encuentra con el rebollón castellonense, la legumbre murciana se funde con la alcachofa local, y del mestizaje nace una cocina única, imposible de replicar fuera de este paisaje. Aurora lo entiende así: su cocina no pertenece a una etiqueta regional, sino a un territorio que vive entre dos aguas y que precisamente por eso tiene voz propia.

El viaje comienza con un pase de aperitivos donde los tomates valencianos y el apio ecológico plantado por el Tío Pepe —uno de los Lula, el apodo de su familia— toman protagonismo. Ese apio, cultivado a sus más de 70 años con el orgullo de quien no ha dejado nunca la tierra, es más que un ingrediente: es una herencia viva que Aurora transforma en bocado.

Después llegan los platos, y cada uno reafirma otra de las convicciones que guían su cocina: en Lula no hay desperdicio. Todo se aprovecha, todo se respeta. Aurora practica una cocina de kilómetro cero y desperdicio cero, que escucha a su entorno y le devuelve valor.

Un menú tejido con historias, sentimientos y recuerdo

El menú arranca con un pan de pipas de calabaza y queso de calabaza fermentada, elaborado a partir de una variedad autóctona en riesgo de desaparecer. Un bocado que resume toda una declaración de principios.

Le sigue un plato rotundo: yemas de Caravaca con rebollón valenciano y trufa de Castellón. Una combinación otoñal que mezcla lo untuoso y lo umami en clave territorial. La tercera propuesta es frisuelos con quisquillas de Santa Pola, curry y chufa, donde Aurora recupera una diminuta legumbre murciana y la sitúa en un plato sorprendente y actual.

A continuación, una versión personalísima de un plato de cuchara tradicional, la olleta: trigo sarraceno con alcachofa de la Vega Baja (la estrella de la huerta), cocinada con ese amor que la hace densa y reconfortante. El mar toma protagonismo en el siguiente pase: mollera con galera y guiso de sus patas, una combinación directa y sabrosa que pone en valor especies poco habituales en alta cocina.

El principal cárnico es un cochinillo lechal a baja temperatura con tuétano a la brasa, de carne melosa y piel crujiente, perfecto ejemplo del dominio de Aurora sobre el fuego lento. Para terminar, una pannacotta de chocolate blanco con pitaya, un postre delicado que mira al futuro agrícola de la comarca. La pitaya, nuevo cultivo de la Vega Baja, es aquí mucho más que fruta: es compromiso.

Aurora Torres no cocina platos: teje relatos, rescata sabores, siembra semillas. Es una cocinera con alma de narradora, una mujer que ha sabido hacer de la huerta su aliada, su inspiración y su razón de ser. En cada servicio, en cada detalle del menú, se nota ese amor irreductible por su tierra, por su gente, por los tiempos lentos y por las historias que caben en una cucharada.

Lula, este año, es una declaración de intenciones: sí se puede cocinar desde el arraigo y la emoción sin renunciar a la excelencia. Y Aurora, como siempre, lo hace con una sonrisa cálida y una determinación a prueba de modas.