
Con más de cuarenta años de historia, La Giralda es un referente de la cocina andaluza en la capital. Fundada por Carmelo Espinosa, un novillero que cambió el ruedo por la hostelería, hoy sigue ofreciendo la esencia del sur junto a sus cuatro hijos.
Del capote a la barra
La historia de Carmelo Espinosa parece escrita para una novela costumbrista. Nacido en una familia humilde en Almería, soñaba con triunfar como novillero. En Madrid, alternaba su carrera taurina con un trabajo de camarero, hasta que un toro le cambió el destino con una cornada. Quizá se perdió un gran torero, pero ese fue el momento en que decidió dedicarse de lleno a la restauración. Hoy, ese mismo toro sigue guiñando el ojo a los comensales desde el rincón taurino del restaurante… y a más de uno le entran ganas de darle las gracias.

Carmelo se volvió imparable, en 1976 abrió una pequeña freiduría en la calle Hartzenbusch, pionera en traer a Madrid las frituras andaluzas de calidad. El éxito fue inmediato: compró el local de enfrente, abrió otro en la calle Maldonado y, en 1994, inauguró el actual La Giralda Claudio Coello, el buque insignia que ha sobrevivido a todas las crisis y sigue siendo punto de encuentro para los amantes del sur.
En La Giralda, se halla Andalucía en cada rincón
Entrar en La Giralda es cruzar un umbral hacia el sur. El local, amplio y acogedor, se despliega en dos plantas con un reservado íntimo, azulejos pintados a mano, forja andaluza y guiños al mundo del toro: un homenaje permanente a la pasión de su fundador.

La carta es un peregrinaje gastronómico por las ocho provincias andaluzas. Las chacinas abren el apetito; las míticas tortillitas de camarón impresionan por su tamaño y su ligereza crujiente; y el pescaito frito mantiene ese punto justo que solo se logra con manos expertas. Su arroz caldoso de marisco es legendario: grano tierno, caldo sabroso y generosa guarnición marina que transporta al paladar a la costa atlántica. Su salmorejo cordobés, de textura sedosa, huevo duro y taquitos de jamón, la ensalada de tomate aliñado con ventresca de atún, o las huevas aliñadas, casan frescura y producto de primera.

Y si buscas ese punto reconfortante, las croquetas caseras de jamón ibérico ofrecen un interior cremoso envuelto en crujiente dorado, mientras los tacos de solomillo al ajillo brindan un final salino y suculento, perfecto para rematar sin urgencias.
La experiencia se redondea con una copa de manzanilla o una elección de su cuidada bodega, que acompaña tanto la frescura de un plato de mar como la intensidad de un guiso.
Dulces finales y tradición familiar
En La Giralda, el postre también es una celebración: leche frita, piononos de Santa Fé, crêpes suzette preparados al momento, helado de turrón de guijona, hojaldre finísimos de crema, para una verdadera fiesta de cierre.
Carmelo, con más de cuatro décadas al pie del cañón, sigue recibiendo a los clientes con su entusiasmo contagioso, arropado por sus hijos María, Germán, Paco y Carmelo. Ellos encarnan la nueva generación, pero mantienen intacto el espíritu original: hospitalidad, producto impecable y cocina de raíces.