
El Hotel Octant Douro decidió hacer las cosas a lo grande para su primer festival. Del 24 al 26 de octubre, transformó su prado en escenario de alta gastronomía, con siete chefs —cinco de ellos con estrellas Michelin—, una selección de vinos que daba vértigo y tres conciertos encabezados por José González. Sonaba ambicioso, y lo era. Pero funcionó.
Una mirada íntima al alma vitivinícola de Portugal
Villas para acostumbrarse al lujo
El Hotel Octant Douro impresiona antes incluso de entrar. Encajado en una ladera que cae sobre el río, su arquitectura contemporánea se abre en terrazas acristaladas que parecen flotar sobre el valle. Desde prácticamente cualquier rincón —el restaurante, el spa, las zonas comunes— la vista se pierde en el Douro, que aquí serpentea entre colinas cubiertas de vegetación, creando una postal en movimiento.

Lo primero que impacta es la sensación de amplitud, luz y silencio. El hotel está pensado para integrarse en el paisaje sin imponerse: piedra, madera, cristal y líneas limpias definen un espacio que transmite calma desde el primer momento. Tiene tres piscinas, incluyendo una infinity pool climatizada que da directamente al río, perfecta incluso con la bruma baja, cuando todo se vuelve más cinematográfico.
¿Cómo identificar un vino Ribera del Duero?
Además del restaurante À TERRA, con cocina de producto y horno de leña, para los fines de semana se abre Raiva, con mención Michelín. También hay un spa, una biblioteca acristalada en la que apetece quedarse leyendo todo el día, salones con chimenea y terrazas con sofás donde simplemente mirar. El hotel funciona como mirador y refugio a la vez. Además de las habitaciones con o sin vista, están las villas privadas del Hotel Octant Douro. Dos plantas, cocina completa, chimenea, y esa bañera junto al ventanal. El tipo de sitio donde uno se siente rico desde los primeros cinco minutos. Por las mañanas, el ritual incluye café en la cocina y salir a la terraza a ver cómo la niebla se deshace sobre el valle. Luego cuesta motivarse para salir de ahí.
Sábado: alta cocina con plan B para la lluvia
El día grande amaneció con lluvia fina. Pero el hotel había previsto todo: carpas protegían las estaciones de cocina, la decoración combinaba luces suaves y flores, y a los huéspedes les ofrecieron botas de lluvia y paraguas. La meteorología no iba a estropear nada.

El prado se transformó en un poblado gastronómico: carpas, estaciones humeantes, mesas largas decoradas con elegancia campestre. Siete cocineros —cinco con estrella Michelin— cocinando en directo sus platos estrella.
Pedro Lemos trajo ternera maronesa que sabía exactamente a las montañas de Trás-os-Montes. Vasco Coelho Santos sirvió una trucha con especias impecable. David Jesus preparó un Brás de algas con espuma de aceituna, que obliga a replantear todo lo que uno sabía sobre las algas. Óscar Geadas cerró con un arroz de jabalí con setas que era puro otoño en un plato. El anfitrión fue Darcio Henriques del restaurante Raiva, que apostó por una francesinha de cabrito, jugosa y deliciosa. Todos cocinaron desde mediodía hasta la noche, permitiendo repetir platos cuantas veces se quisiera.

Los vinos estuvieron a la altura. Niepoort, Wine & Soul, Graham’s por el lado portugués; Valbuena, Alión y El Anejón representaban lo mejor del valle del Duero español. El tipo de botellas que normalmente se reservan para ocasiones especiales.
Entre carpas, productores locales ofrecían caramelos artesanos, castañas asadas, pan recién hecho y dulces como los melindres, servidos en cucuruchos de papel. También una tarta vasca de queso para morirse de gusto.
José González y el ritmo del Douro
El festival también fue música. Por la tarde tocó Retimbrar, grupo portugués de raíz tradicional. El ambiente se volvió más contemplativo con el atardecer, y a las seis llegó el momento más esperado: José González. Solo él, su guitarra, y un público en silencio. La luz dorada, la niebla suspendida entre colinas y una emoción colectiva difícil de describir.

Hubo también un paseo en barco, clases de yoga y entre actividades, una charla del filósofo Daniel Innerarity o un concierto de piano a cargo de Máximo Francisco, en una sala con vistas al río.
El balance
El Octant Festival no pretende reinventar el concepto. Es cocina de alto nivel, vinos premium, música en directo y paisajes vividos desde un hotel espectacular. Pero la combinación funciona. Todo está cuidado, pero sin caer en la pretensión. Y quizá por eso —por ese equilibrio entre lo sencillo y lo exquisito—, apetece repetir.
Síguenos en: @foodandwineespana







