Mercedes y Rodney hacen que parezca fácil tener un restaurante. Ella está en la entrada saludando a los que llegan, entra y sale de la cocina y se asegura que esté todo en orden. Y luego Rodney interviene en la escena para traer a la mesa el pan sourdough y sugerirte un vino que seguramente no conocías y que probablemente se convierta en tu nuevo favorito.
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Pero más allá de las risas que estallan en su terraza, el crudo de pescado más perfecto de la ciudad y el pastel de sémola y miel más adictivo de todos, hay una calidad constante —difícil de encontrar en la colonia Roma— que te hace volver una y otra vez.
Esta pareja se conoció en Nueva York y volcó todos sus recursos, tiempo y esfuerzo en la esquina de Colima y Córdoba. Se han perdido cumpleaños de sus amigos y han renunciado a sus fines de semana para asegurarse de que su terrina de foie gras nunca sepa demasiado fuerte y sus agnolottis de queso fresco no se pasen de cocción. No han quitado el dedo del renglón. Buscan precios justos, porque para ellos cobrar de más no es la forma de ganar —el ticket promedio por dos entradas, un plato fuerte y una copa de vino es de $850—; no ven la sustentabilidad como un moda, sino como una norma y se preocupan por crear platillos que estén más cargados de sabor que de discurso.
Mercedes y Rodney tienen muy claras las batallas que están dispuestos a pelear, y hoy se sienten tan satisfechos y orgullosos de eso que lo contagian. Lograron abrirse paso entre la oleada de aperturas constantes, en un restaurante que es mucho más que “una terraza cool en la Roma”.
Meroma no se hizo en Instagram ni se infló con influencers como muchos de sus negocios vecinos. Meroma ha crecido —y seguirá creciendo— gracias al boca en boca, la única forma certera de ir a dar con los sitios que realmente valen la pena.