Hay ciudades que respiran en voz baja. Que no necesitan hablar fuerte para decirlo todo. Nara, la antigua capital imperial de Japón, es una de ellas. Sus calles, tapizadas de siglos, sus ciervos sagrados que se acercan como memorias vivas, sus templos donde cada piedra parece saber tu nombre… todo en Nara invita a bajar el ritmo, a inclinarse ante lo esencial. Y en el corazón de ese silencio, como una joya discreta incrustada en la seda del tiempo, se encuentra el JW Marriott Hotel Nara, un estado del alma. Un templo contemporáneo de calma, sofisticación y deseo susurrado.
Saborear el paisaje entre montañas y fuego
Desde el momento en que cruzas sus puertas, el mundo se transforma. La arquitectura dialoga con la tradición sin robarle protagonismo: líneas limpias, maderas oscuras, mármol que refleja la luz como agua quieta. Todo parece decir: estás en casa, pero en una que aún no conocías.

Los aromas —sutiles, etéreos— guían tus pasos como un haiku olfativo. Y la hospitalidad… es ceremonia. Es el arte de anticipar sin invadir, de ofrecer sin exigir. Una reverencia, una sonrisa, una copa de té caliente: así comienza la historia.
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En las habitaciones del JW Marriott Nara, el tiempo se disuelve. Son espacios donde el cuerpo y el espíritu encuentran un lenguaje común: suaves tatamis bajo los pies, baños de mármol que invitan a rituales de agua lenta, camas profundas como suspiros donde cada pliegue de sábana es una insinuación y los ventanales enmarcan paisajes serenos: jardines, tejados antiguos, cielos que cambian como estados de ánimo. Aquí, mirar por la ventana es encontrar el tiempo, y en la noche… cuando toda calla y sólo queda el roce del viento y el murmullo de tu propio pecho, entiendes que este lugar es un poema íntimo, escrito en la lengua de los sentidos.
En Nara, cada paso es un susurro del pasado, y cada mirada, una ventana al alma de Japón, donde se escucha en el silencio de los templos, se bebe en una taza de té, se honra con cada gesto simple.
En el restaurante Azekura, la cocina japonesa se presenta como un acto sagrado: cada plato es una obra efímera, cada bocado, una pincelada. El sashimi se corta con la precisión del silencio, el wagyu se derrite en la boca como un secreto compartido, el miso tibio reconforta como un abrazo que viene de generaciones atrás. Y si el cuerpo pide un gesto occidental, la carta internacional responde con elegancia: vinos que saben a conversación larga, pastas que respiran albahaca y deseo y la sobremesa se mide en miradas. Porque aquí, el tiempo también se sirve en copas.

Y luego, el ofuro —el baño japonés—, donde el agua y el cuerpo se funden en una danza muda. Salir de allí es volver a nacer, sin ruido, sin prisa, con los ojos más abiertos y la piel más viva.
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El hotel está situado como quien no quiere robar protagonismo. A pasos del parque de los ciervos, de templos que laten con la historia de un imperio, de calles donde el incienso y el sake escriben versos en el aire, puedes salir al amanecer, cuando la ciudad aún bosteza, y caminar entre pagodas y bambús, sintiendo que caminas dentro de una pintura. U optar quedarte, beber otro té, mirar las nubes, y dejar que el mundo gire sin ti por un rato.
Nara recuerda que la belleza más profunda siempre es serena.Evoca los sentidos, despierta la imaginación y transmite la experiencia emocional y estética de hospedarse en un lugar donde la elegancia occidental y el alma japonesa se funden en armonía.
El momento de partir es suave, porque nada termina. El JW Marriott Hotel Nara te deja marcas invisibles: una lentitud nueva en el andar, un hambre distinta, un deseo de volver a ti mismo… ese que fuiste allí, entre tatamis y amaneceres de seda, este lugar susurra lujo. Lo deja en la piel como un perfume suave, como un beso que no se olvida.
Y aunque cierres la puerta detrás de ti, aunque el avión te lleve lejos, algo de ti queda allí, entre los ciervos, los cuencos de té, y el murmullo de los pasillos donde el tiempo aprendió a caminar descalzo.

JW Marriott Hotel Nara
1 Chome-1-1 Sanjooji, Nara, 630-8013, Japón.
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