Un plato de cereal con leche fría es un pase directo a la nostalgia

Un plato de hojuelas azucaradas nos hace viajar en el tiempo.
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Es cualquier miércoles de 1998 a las 7:48 de la noche. Yo estoy recién bañada, con la pijama puesta y viendo la tele en la cama de mi mamá. Voy a ver Toy Story por décima vez… en la semana. Ya me la sé de memoria, pero eso es justamente lo que me da paz. Me siento tranquila de saber que al final Woody será amigo de Buzz y que los dos regresarán sanos y salvos a casa de Andy. Y la misma paz que me da saber el final de Toy Story, me la da el plato de Choco Krispis —que cambia de color cuando le agregas leche fría— que está en el buró de mi mamá. Sé que las primeras cucharadas serán un contraste entre lo crujiente del arroz inflado sabor chocolate y lo cremoso y refrescante de la leche fría. Y que si lo dejo reposar el tiempo suficiente, lo crujiente se tornará pastoso y la leche se pintará de color café. En cada cucharada, intento tomar la cantidad justa de Choco Krispis para dejar una buena porción de leche al final. Porque cuando se trata de la leche del cereal, puedo empinarme el plato y tomarla directamente de ahí, sin miedo a que mi mamá me regañe. Creo que ella también entiende lo valiosa que es la leche con sabor a cereal.

Hoy encuentro el mismo confort en un plato de Choco Krispis que hace 23 años. Siguen siendo tan predecibles y familiares como antes. Seguramente han cambiado su fórmula, pero a mi me siguen sabiendo igual. De hecho, hace algunos días leí que Melvin –el elefante– desaparecería de la caja de Choco Krispis, por el nuevo etiquetado de alimentos y bebidas alcohólicas. Aún no entra en vigor, pero su intención es eliminar a las “mascotas” de los empaques de productos para niños que contengan ingredientes dañinos como exceso de azúcares, grasas o sodio. Y es que el cereal ya no es el desayuno práctico y medianamente nutritivo que los papás servían a sus hijos antes de ir a la escuela. Se ha transformado en un placer culposo que llena de confort —con unos cuantos kilos de azúcar— a los adultos. El mundo cambió y nuestra percepción del cereal con él, ya no lo consumimos desde un lugar nutritivo, sino nostálgico.

De acuerdo a la compañía de investigación Mintel, desde 1990 su popularidad ha disminuido considerablemente. En 2016 el New York Times publicó un artículo titulado “El cereal, una probada de nostalgia en busca de su siguiente capítulo” donde hablaban de cómo el cereal ha perdido simpatizantes. Los consumidores más jóvenes o no desayunan, o lo reemplazaron por pudines de chía, un plato de over night oats, smoothies y yogurts griegos. ¿Pudín de chía? Por favor ¿qué clase de persona elegiría un montón de semillas gelatinosas en vez de unos Cini Minis? O las Zucaritas, que siempre saben mejor si se acompañan con unas rodajas de plátano. Y la leche que queda al final de los de colores sabor a “fruta”, como los Froot Loops, los Fruity Pebbles o el Trix, es un verdadero tesoro. Pregúntenle a Chrsitina Tosi.

Desgraciadamente, mi estómago insiste en recordarme que han pasado 23 años desde mis recuerdos felices de un plato de cereal. Me toca elegir entre el sacrificio de pasar una noche de absoluta indigestión o sacrificar el sabor, porque francamente, un plato de cereal con leche vegetal no sabe igual. La verdad, siempre elijo la indigestión.

¿Y se acuerdan que leíamos la parte de atrás de la caja del cereal en el desayuno? Algunas traían juegos, acertijos, crucigramas y sopas de letras. Incluso ese trozo de cartón ha tenido que evolucionar. Y en un esfuerzo por mantenerse vigentes, un par de marcas pusieron QR codes en sus empaques, que redirigen a una aplicación con videojuegos que puedes bajar desde tu celular. Ahhh, la tecnología. ¿Será que el mundo era más fácil cuando leíamos la caja del cereal? ¿O más bien, mi vida era mucho menos compleja hace 23 años? 

¿Quién diría que un plato de cereal podría convertirse en la fórmula de Peter Pan? Con cada cucharada de hojuelas crujientes con leche fría viajo en el tiempo. Vuelvo a tener 7 años, y otra vez estoy sentada en esa cama, sabiendo cómo terminaría Toy Story y cómo sería la siguiente cucharada de mi plato de Choco Krispis. Larga vida al cereal. Como comfort food, como desayuno nutritivo o no nutritivo, como cena. Como vehículo para viajar en el tiempo.