Entre el corazón del vino argentino y la imponente Cordillera de los Andes, Agostina Astegiano se convirtió en heredera de un legado vitivinícola marcado por un profundo amor por la tierra y una devoción inquebrantable hacia la vid. Sus primeros recuerdos frente al viñedo en Mendoza, se tejen con un lazo de respeto por el terruño, enhebrado por la dedicación silenciosa de su vecino, el señor Biancci, quien se dibuja en el recuerdo de Agostina con más de 80 años, entregando sus días con esmero a sus parras.
En este rincón de la tierra, donde las montañas vigilan y las vides florecen al ritmo del sol, la luna y sus ciclos anuales, la admiración de Agostina por la devoción que Biancci profesaba hacia su viñedo, se convirtió en inspiración para forjar su propio camino cuidando de las uvas de la vid, a la bodega.
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“En realidad quería ser piloto, porque siempre he sido una apasionada de la aventura, pero no pude porque soy muy rebelde y en ese momento mi única opción para estudiar era la Fuerza Aérea. Finalmente lo que me impulsó a elegir mi carrera fue el amor que mi vecino le tenía a su viñedo, Biancci tenía dos hectáreas de parra y vendía sus uvas a una cooperativa en la que a veces no le pagaban, vivía en una pobreza al límite, pero con un amor a la tierra y a su viña, muy inspirador. Lo veía solo podando y sacando ramas desde muy temprano; llegando de la fiesta le preguntaba qué hacía a esa hora trabajando y me decía que haría todo lo que podía para que sus plantas estuvieran bien. Biancci hablaba con sus vides y escuchándolo me di cuenta de que el amor y el respeto que tenía por la tierra eran la clave de todo. Cuando lo conocí, él tenía 80 años y yo 12. Murió a los 92 sin saber que dedicaría mi vida al viñedo”.

El gusto sibarita de su padre, que alguna vez incursonó en un proyecto de venta de vino con etiquetas personalizadas y siempre elegía grandes botellas para llevar a la mesa, mezclado con el paisaje de su ciudad delineado por la vitivinicultura, influyeron en la elección de la enóloga.
“En Mendoza es raro no estar vinculado con el vino: 80 por ciento de la gente aquí se dedica a algo relacionado con la vid. Cuando una es adolescente y está metida en su mundo, la labor diaria se vuelve algo invisible, pero me llamaba la atención el cambio de panorama en la temporada de cosechas, ver los camiones llenos de uva que paraban en cooperativas desde las que se exporta vino a granel al resto del mundo. Pero hasta que no empecé a estudiar esta profesión nunca entendí el sentido real del amor por la tierra y lo realmente implica”.
El vino blanco también es argentino
Desde los ocho años, el vaso de Agostina ya albergaba vino con soda, una mezcla ligera que, de algún modo, anticipaba su destino. Inmersa desde la raíz en la vocación de la vid, su vida transcurría entre los aromas y los ritmos de la tierra. Sin embargo, fue su primera visita a la bodega mendocina Norton, con su oferta ecoturística cautivadora, la que selló un momento decisivo en su futuro. Allí, entre barricas y viñedos, Agostina sintió por primera vez la magnitud de lo que significa compartir la historia detrás del alma de cada vino.
Me encantó la forma en la que la chica encargada de los tours nos hablaba sobre el vino y me empezó a interesar muchísimo el enoturismo. Durante las vacaciones de mi primer año de universidad, regresé a trabajar en esa bodega atendiendo las visitas guiadas”.
Pasión por el oficio
Tras cruzarse con Fabricio Hernández, quien se convertiría en su compañero de tierras, proyectos y vida, Agostina, a sus 21 años, emprendió un vuelo hacia el otro extremo del mundo. Allí, en un rincón remoto del planeta, buscó perfeccionar su técnica en la bodega, imbuida por el deseo de llevar su pasión por la vid a nuevas alturas, sellando su destino como una mujer que, con cada paso, tejía su propio legado.
“Desde que tengo uso de razón viajo de mochila por el mundo y se me ocurrió ir a meterme a una bodega en Australia. Llegué a Melbourne después de mandar muchos correos pidiendo una oportunidad que me dieron en Yering Station, en Yara Valley. Fue una gran experiencia porque tuve el privilegio de trabajar con el enólogo Tom Carson, que había sido recién galardonado como Mejor Enólogo del Mundo”.

Más allá de la expertise vinculada a la profesión que Carson transmitió a Agostina, la huella más profunda que su mentoría imprimió en la joven enóloga fue su entendimiento de la enología a nivel humano.
“Él, no sólo leía la tierra, también a la gente. Trabajaba sobre nosotros, éramos todos pasantes pero se dedicaba a inculcarnos el amor por la fermentación, al día a día, a sentirnos valiosos y a ayudarnos a entender lo importante de la labor de cada uno. Éramos aprendices de todas partes del mundo, recuerdo que todas las tardes compartíamos cervezas y nos llevaba comida. Percibir la paciencia con la que trabajaba con nosotros me cautivó muchísimo”.
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Los vinos del pecado
Con casi un año de aprendizaje en los viñedos australianos y una pasión por el oficio exacerbada con cada día de práctica, Agostina regresó a Argentina con un propósito claro: elaborar sus propios vinos. Con la firme convicción de crear algo excepcional, se unió a Fabricio, su compañero de aventuras, para diseñar un proyecto con todo el conocimiento adquirido.
Volviendo de Australia le conté que quería hacer algo propio, me dijo que podíamos empezar en el viñedo de su familia en Valle de Uco, y fuimos de los primeros en hacer vino, porque en ese momento era raro en nuestro entorno trabajar en una marca personal. Así nació Wines of Sins, la empresa con la que actualmente elaboramos 50 mil botellas al año”.
México: una página en blanco
Con un proyecto consolidado en el Valle de Uco ocho años después de su primera incursión en una bodega internacional, en la capital de Victoria, Agostina aterrizó en otro rincón del mundo que nunca había imaginado: el Bajío mexicano. Entre viñedos de altura y temperaturas extremas, la enóloga encontró un nuevo desafío y terruños por explorar.
“Tengo un amor particular por la elaboración de blancos porque en Australia me hicieron encargada de 400 barricas bajo la supervisión de dos excelentes jefes. Cuando llegaba a la bodega, me recibía un profundo aroma a yogurt de durazno desarrollado durante la fermentación malolática del viognier. Después no tuve relación con este estilo porque en Argentina el fuerte son los tintos, hasta que llegué a México y mi primer contacto con la industria fue con vinos blancos y me enamoré del chardonnay”.

Después de su incursión en San Luis Potosí, comenzó a asesorar un pequeño viñedo en Aguascalientes y otro en Guanajuato, y poco a poco Agostina fue ganando tierras, confianza y reputación como asesora en la región.
“Aterricé en México tras la sombra de mi esposo, porque lo llamaron para trabajar en una bodega en San Luis Potosí. Pero llegué pisando muy fuerte y segura de lo que quería, y como extranjera poder marcar un perfil de cómo llevar un negocio de vino en un lugar ajeno, donde no me conocía nadie, sin tener una red de contactos, sin una familia en la industria, siendo mamá, me llena de orgullo, tanto como ayudar a levantar una región tan importante como el Bajío.
Siento una responsabilidad enorme por devolver todo lo que este país me ha dado. Tengo en las manos proyectos que implican muchos sueños y mucho dinero. Devolver esas cosas lindas ha sido una responsabilidad hermosa”.
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El Bajío de la mano de Agostina
“Esta región representa una fuerza muy distinta a lo que todo el mundo relaciona con el vino mexicano, con más estructura y una acidez que funge como columna vertebral de cada etiqueta. Aquí encontramos vinos de altura elaborados con uvas que se desarrollan en condiciones muy extremas. Trabajar aquí es desafiante, pero el resultado es hermoso. Definitivamente el Bajío es una región muy fuerte que va a dar mucho de qué hablar”.
Épico, Casa de Quesada (Aguascalientes)

Complejo e intenso, con frutos negros, chocolate, vainilla y mentol. En boca expresa buena acidez, tanicidad redonda, y un final largo y elegante.
Jamädi, El Refugio (Hidalgo)

Muy efusivo, con marcadas notas cítricas y herbales. Ligero y fácil de beber, en boca destaca su acidez fresca, perfil frutal y final largo.
Piscis, chardonnay (San Luis Potosí)

Exhibe notas de manzana verde y frutos tropicales, flores blancas y miel. En boca es fresco, con un sutil toque de mineralidad.
Tierra de luz, pinot gris (Guanajuato)

Color amarillo pajizo con aromas cítricos y persistentes notas florales. En boca expresa gran volumen con sabores frutales y final prolongado.
Balance marselan, Bodegas Vaivén (Querétaro)

Frutal con aromas a grosella, regaliz y una variedad de pimientas. En boca persiste su frutalidad sostenida por su acidez firme y su retrogusto amargo.
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