
La Sierra de Yerga encuentra en el bodeguero a un defensor feroz de sus cepas históricas, de garnacha y mazuelo y de una viticultura que mira al futuro con raíces en el pasado.
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En Quel, zona poco transitada de Rioja Oriental, este bodeguero ha decidido que el pasado no puede quedar enterrado bajo la uniformidad del presente. Javier Arizcuren no solo recupera viñedos de su infancia: los honra, los interpreta y los embotella. Desde 2016, este arquitecto de profesión y viticultor por herencia es el alma de la Bodega Arizcuren, una firma que ha hecho de la autenticidad su única bandera.

De viñas y memoria
Hijo, nieto y bisnieto de viticultores, Arizcuren forma parte de esa estirpe que antes vendía uva a otros y que hoy decide escribir su propia historia. Lo hace en las laderas norteñas de la Sierra de Yerga, donde las altitudes desafían la lógica de la producción masiva y los suelos pobres obligan a la viña a dar lo mejor de sí.
Con apenas 21 hectáreas bajo su cuidado —de las cuales solo siete se destinan a sus vinos— ha convertido pequeñas parcelas familiares y otras adquiridas en un mosaico de biodiversidad vitícola. Allí conviven garnacha, mazuelo, viura garnacha gris y miguel de arco, una variedad autóctona recuperada.

La uva mazuelo, una variedad de presente y futuro
Una de las grandes apuestas de Javier Arizcuren es la recuperación de la uva mazuelo, una variedad que en el siglo XIX era la más plantada de Rioja y que hoy sobrevive a duras penas en viñedos dispersos. “Tiene una diversidad aromática increíble”, defiende. Para él, no se trata solo de hacer buen vino, sino de devolver la identidad a un territorio que durante demasiado tiempo ha sido ignorado o uniformado.
En su proyecto no hay sitio para nostalgias. Sí un firme compromiso con lo auténtico. “Quiero volver a plantar cepas donde siempre estuvieron, que eran las laderas de la montaña, en suelos pobres, donde nacen los grandes vinos”, dice con la claridad de quien tiene los pies hundidos en la tierra.

Finca El Foro: cuando el campo decide el coupage
Ese espíritu de respeto se materializa en vinos de parcela como Finca El Foro 2022, procedente de una parcela de apenas 0,7 hectáreas a más de 600 metros de altitud. Un campo donde conviven garnacha (60%), mazuelo (30%) y otras variedades minoritarias (10%). No hay artificios.
La fermentación es conjunta, en depósitos abiertos, con pisados diarios y sin remontados, buscando el equilibrio natural que el viticultor ya conocía desde hace generaciones.

La crianza se realiza en barricas de roble francés de 225 y 500 litros durante 18 meses. Lo justo para redondear, no para imponer. El resultado: un vino vivo, complejo y vibrante, que habla de su origen sin alzar la voz.
Javier Arizcuren ha sabido levantar una gama de vinos coherente, valiente y profundamente vinculada a su origen.
Cada uno de ellos es una pieza más de ese puzzle que busca reivindicar variedades tradicionales, suelos de montaña y una forma de entender Rioja desde lo pequeño y lo sincero.
Monte Gatún, puerta de entrada
Esta línea es la entrada al universo Arizcuren, una trilogía de vinos de pueblo que muestra la diversidad de Quel y sus viñedos en altura.
El tinto, elaborado con garnacha, mazuelo y tempranillo, recoge la tradición de los coupages riojanos. El rosado, 100 % garnacha, es directo, sin maquillaje, y el blanco, elaborado con viura y un breve paso por barrica, ofrece una visión fresca y estructurada de la variedad.
A partir de ahí, Arizcuren se adentra en una serie de vinos monovarietales que funcionan casi como manifiestos enológicos.
La colección Solo incluye versiones de garnacha, mazuelo, graciano y maturana, todas cultivadas en viñedos de altitud y con una filosofía común: respeto, identidad y mínima intervención.
Algunas de ellas cuentan también con versiones en ánfora, como el Solo Garnacha Ánfora o el Solo Mazuelo Ánfora, pensadas para ofrecer una lectura más pura de la variedad, sin el influjo de la madera.
El Solo Graciano recupera una uva que siempre ha vivido en la sombra, pero que aquí se trabaja con precisión desde una viticultura pausada.
Por su parte, el Solo Maturana representa un gesto de resistencia: apenas hay maturana en Rioja, y este vino es un ejercicio de biodiversidad y conservación.
El acierto de una bodega urbana
Construir una bodega en el centro de Logroño podía parecer, a priori, una apuesta arriesgada. Sin embargo, Arizcuren lo hizo por puro espíritu práctico: cercanía, facilidad de trabajo, logística… La realidad ha superado las expectativas.
Hoy, su bodega se ha convertido en una de las más visitadas de Rioja, atrayendo a amantes del vino que buscan una experiencia diferente, auténtica y cercana. Un ejemplo claro de que lo valiente, cuando se hace con convicción, también puede ser sensato.

Estados Unidos, exportación y resistencia
Su principal cliente es Estados Unidos. ¿Teme los aranceles? Nada más lejos. Javier Arizcuren afirma: “Es más lo que se dice que lo que se hace. La subida apenas representa un pequeño aumento para el cliente final”, asegura. Ya resistió el primer mandato de Trump y no le inquieta el segundo. Su filosofía no depende de los vaivenes políticos, sino de las raíces profundas de sus viñas.
Para el crítico Tim Atkin, “el renacimiento de la garnacha está ligado a bodegas como Arizcuren”.
En opinión de Simon Field, de Decanter, es “el heredero natural de Álvaro Palacios”. En la mía, sencillamente, es el arquitecto de las viñas. Y su obra, lejos de ser efímera, es una oda embotellada al alma de la Rioja más desconocida.
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