La cocina tabasqueña tiene un nuevo representante en la Ciudad de México con este restaurante, una parroquia para los feligreses que, como yo, profesan el gusto al queso de hebra, al plátano —frito, en tostón, verde o maduro—, al chocolate o a los guisos tradicionales que mezclan lo dulce con lo salado.

En Grijalva abundan ejemplos: como los tostones con minilla, ese guiso con tomate, alcaparras y pescado deshilachado que aquí preparan con pejelagarto (ese pez de agua dulce que se come ensartado o a la brasa en Tabasco, Chiapas y Veracruz). 

También hay guisos regionales, como el mone de cerdo de Teapa (una mezcla envuelta en hoja de plátano con costilla de cerdo, y sazonado con hierba santa) o la lengua de res en estofado, con aceitunas, alcaparras, pasitas y azafranillo en el que encontrarán esos toques dulces alegrando un plato salado.

Además de la taza de chocolate obligada y la salsa de chile amashito al centro de la mesa, hay una tarta de queso y galleta que vale todas las calorías del mundo.