Polinesia: donde el alma se funde con el océano
Foto: Cortesía

Llegar a la Polinesia Francesa es como entrar en una pintura donde los colores han decidido rebelarse contra lo conocido. Nada es del todo predecible. El azul del mar parece inventado por un dios caprichoso; el verde de las montañas es un suspiro de selva que nunca duerme. Y el aire… ese aire tibio que huele a flor de tiare, sal y brisa, te abraza apenas bajas del avión, como si la isla te reconociera.

En este rincón del mundo, entre atolones perfectos y montañas que emergen del océano como templos antiguos, el tiempo tiene otra cadencia. La urgencia desaparece. El alma se acomoda. El cuerpo se relaja. No hay por qué correr cuando todo lo esencial te espera con calma.

Polinesia: donde el alma se funde con el océano
En la Polinesia Francesa, el azul del mar parece inventado por un dios caprichoso | Foto: Cortesía

En las tardes, el sol iba cayendo lentamente sobre la laguna, tiñendo el cielo de tonos naranja, lavanda y coral. Me sentaba con los pies en el agua, una copa de vino blanco en la mano, y la certeza de que estaba presenciando una escena que ni la mejor postal podría reproducir.



Viajar a la Polinesia Francesa es cambiar de estado mental. es entrar en una dimensión donde lo natural aún tiene voz, donde lo humano se conecta con lo esencial. Fue una pausa, una oración sin palabras, una rendición feliz ante lo que simplemente es”.

Un día, subimos a un helicóptero. Volar sobre Bora Bora es una experiencia que disloca lo cotidiano. Desde el aire, la isla se ve como un anillo de esmeralda flotando sobre una paleta líquida de azules inverosímiles: turquesa, celeste, cobalto, índigo. La sombra del helicóptero se deslizaba sobre la laguna como un pensamiento leve. Desde arriba, el monte Otemanu se alzaba como un dios dormido, y las mantarrayas se dibujaban como manchas vivas bajo la superficie. Fue una sinfonía visual. No hablé durante todo el vuelo. A veces, el asombro sólo se honra en silencio.

Polinesia: donde el alma se funde con el océano
Arquitectura que se funde con el paisaje sin perturbarlo | Foto: Cortesía

También me alojé en el Westin Bora Bora, donde la arquitectura se funde con el paisaje sin perturbarlo. Ahí descubrí el arte de no hacer nada con propósito. Flotar en la piscina infinita con vista a la laguna, recibir masajes con aceites de flores locales y saborear platos que combinaban técnicas francesas con ingredientes polinesios se convirtió en un ritual casi espiritual. El pescado se deshacía en la boca, la vainilla era una oración, y hasta el pan tenía el crujido exacto del hogar.

Mi estancia en el hotel Westin en Bora Bora fue simplemente inolvidable. Desde el primer momento, quedé maravillado con la belleza del entorno. Mi villa sobre el agua era un verdadero paraíso privado, con vistas impresionantes a la laguna turquesa. Cada amanecer era un espectáculo digno de admirar desde mi terraza. El sonido del mar y la brisa suave me acompañaban en todo momento. Disfruté cada instante en la villa, desde un baño relajante hasta contemplar las estrellas por la noche.

Polinesia: donde el alma se funde con el océano
Platos que combinaban técnicas francesas con ingredientes polinesios | Foto: Cortesía

El servicio fue impecable, siempre atentos a cada detalle. Uno de los mayores placeres fue visitar su hermoso spa. Los masajes y tratamientos fueron una experiencia sensorial única. Me sentí completamente renovada después de cada sesión. El ambiente del spa, rodeado de naturaleza, invitaba a la tranquilidad absoluta. Sin duda, cada momento en el Westin Bora Bora fue un sueño hecho realidad.

Visitamos Moorea, la isla con alma de selva y corazón de mar, más salvaje y menos turística, me envolvió con su autenticidad. Las montañas verdes se alzan como guardianas del silencio y la hospitalidad es un idioma común. Aquí, la vida se desliza con dulzura. Hay mercados locales donde el aroma de la vainilla se mezcla con el de las frutas tropicales. 

Polinesia: donde el alma se funde con el océano
En el InterContinental Tahiti Resort & Spa, el jardín tropical florece como un secreto | Foto: Cortesía

Tahití fue el umbral y el retorno. En el InterContinental Tahiti Resort & Spa, el jardín tropical florece como un secreto. Hay peces de colores en lagunas artificiales, esculturas maoríes talladas en piedra volcánica y un ambiente sereno que invita a la contemplación. La gastronomía aquí es delicadamente exuberante. Poisson cru marinado en leche de coco, camarones a la plancha, ensaladas con mangos que saben a sol… Todo servido con una sonrisa tranquila, de esas que no se entrenan: nacen del alma.

En toda la Polinesia, la gente te mira a los ojos con calma. No con prisa, no con juicio. Con ese tipo de presencia que ya casi se ha extinguido en el resto del mundo. Te saludan con collares de flores frescas. Te ofrecen fruta cortada como si fuera oro. Y te enseñan que lo importante no es tener más, sino necesitar menos”.

Las flores, siempre frescas, siempre brillantes, están en todas partes: en el pelo, en los platos, en las camas. Y su perfume… ese aroma dulce, profundo, envolvente, es como si la tierra misma respirara en flor.

Allí, entre el cielo líquido del Pacífico y la tierra perfumada de flores, los colores se atreven a lo imposible:
el azul no es uno, son mil azules superpuestos, el verde de la vegetación parece salido de un pincel mojado en esperanza, y el blanco de las playas brilla como si el sol lo hubiera bendecido.

Todavía cierro los ojos y escucho el vaivén del agua bajo el bungalow, siento la flor en el cabello y recuerdo que, por un instante que el mundo fue perfecto.

Polinesia: donde el alma se funde con el océano
Volar sobre Bora Bora es una experiencia que disloca lo cotidiano | Foto: Cortesía

Westin Bora Bora

BP 190, MOTU TAPE, Bora-Bora 98730, Polinesia Francesa.

@thewestinboraboraresort

Presidente InterContinental Tahiti Resort & Spa

 PK7, Fa’a’ā 98702, Polinesia Francesa.

@ic_tahiti

Sigue a la autora: @debybeard

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