Hay lugares que se recorren con el corazón. Suiza es uno de ellos. Una sinfonía de naturaleza perfecta y elegancia discreta, donde cada paisaje parece una postal viva y cada trayecto, un susurro de eternidad. Y entre todos sus tesoros, hay un viaje que lo reúne todo: el Glacier Express, una travesía lenta y luminosa entre St. Moritz y Zermatt, que redefine el arte de moverse con belleza.
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Subirse al Glacier Express es entrar en un mundo donde el tiempo se estira y los paisajes se despliegan como lienzos en movimiento. Se le llama “el tren expreso más lento del mundo”, pero eso es justamente su magia: no se trata de llegar rápido, sino de habitar el trayecto. Durante casi ocho horas, el tren atraviesa 291 puentes, 91 túneles y valles que parecen sacados de un cuento antiguo. Desde las cumbres nevadas del Oberalp Pass hasta los verdes prados del valle de Ródano, el viaje es una ceremonia visual.

Todo sucede con una serenidad que conmueve: los amplios ventanales permiten perderse en los glaciares que parecen flotar, en pueblos suspendidos en el tiempo y en ríos que corren como si también ellos supieran que están siendo observados. Cada curva es una sorpresa. Cada instante, una invitación al asombro.
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Y si hay una llave para abrir todos los caminos de Suiza con libertad y gracia, es el Swiss Travel Pass. Con él, el país se convierte en un sólo paisaje accesible, donde trenes, barcos y buses se integran como una partitura perfecta. Más que un pase, es una promesa de movimiento sin fronteras, de descubrir sin preocuparse. Abre la puerta a museos, funiculares, y joyas escondidas que laten entre montañas.

Lucerna es uno de esos lugares donde uno siente que la vida se ralentiza sólo para permitirnos observarla mejor. Con su lago azul intenso y su casco histórico de fachadas pintadas, es un poema de piedra y agua. Y en el corazón de esta ciudad de cuento se alza el Hotel Schweizerhof, una joya histórica que ha hospedado a reyes, artistas y soñadores.
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El Schweizerhof es un refugio con alma. Cada habitación cuenta la historia de uno de sus ilustres huéspedes, convirtiendo cada noche en un diálogo silencioso con la historia. Asomarse al lago desde sus balcones es ver el reflejo de los Alpes fundiéndose con el cielo.

Entre los lagos Thun y Brienz, Interlaken parece suspendida en un equilibrio perfecto. Aquí el tiempo se suaviza, el aire es ligero, y la vida sucede entre montañas imponentes y aguas quietas. Y en lo alto, como salido de una novela romántica, el Hotel Giessbach domina la escena.
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Llegar al Giessbach es una experiencia en sí misma: un pequeño funicular privado nos conduce hasta este palacio del siglo XIX, rodeado por bosques y con una cascada que canta día y noche. Desde sus terrazas se ve el lago Brienz extendido como una seda turquesa, y se respira una paz que parece de otro mundo. Aquí logre habitar un recuerdo antes de que suceda.
Viajar por Suiza es recuperar la delicadeza, reencontrarse con el silencio, dejar que la belleza nos toque sin esfuerzo. En cada tren, en cada hotel, en cada vista panorámica, hay un susurro suave que dice: “estás donde debes estar”.
Y al final del viaje, uno entiende que Suiza se guarda en el alma.

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