Chicago en panorámica 
El crucero arquitectónico permite ver los rascacielos de la ciudad desde el Río Chicago | Foto: Alejandro Mendoza

La primera nevada de la temporada me recibió en Chicago con temperaturas que bajaban de los cero grados. Mientras el hielo acumulado en las calles se derretía, la ciudad se sentía como un congelador y el frío se metía hasta los huesos. Eso no impidió que mi grupo y yo, muy temprano por la mañana, realizáramos el crucero arquitectónico por el Río Chicago, a bordo del barco Shoreline Sightseeing. A pesar de que el viento soplaba gélidamente en nuestras caras, el paseo para divisar los rascacielos que se encuentran a las orillas del afluente —que desemboca en las aguas del lago Michigan—, junto al buen ánimo de la guía para explicarnos cada secreto de los edificios, hizo que el recorrido fuera más cálido. 

Embarcamos en el cruce del río con la avenida Michigan que, a partir de ese punto y a lo largo de kilómetro y medio hacia el norte, es mejor conocida como la Magnificent Mile, la zona comercial más exclusiva de Chicago. En esta intersección se levantan construcciones icónicas, como el Wrigley Building y la Tribune Tower, antigua sede del periódico Chicago Tribune. Hay que tener en cuenta que, debido al gran incendio de 1871 que destruyó prácticamente todo el centro de la ciudad, la mayoría de las edificaciones son posteriores a ese año. Sin embargo, al norte de la Magnificent Mile se mantiene en pie la Water Tower, antigua bomba de agua de la metrópolis, levantada en 1869. Y un par de calles adelante, casi llegando a la famosa playa de Oak Street, el paisaje está dominado por el edificio del número 875, un rascacielos de 100 plantas que alberga al mirador 360 Chicago en el piso 94. 

Chicago en panorámica 
Ensalada de la casa del restaurante The Evie, en pleno corazón de la Magnificent Mile de Chicago| Foto: Alejandro Mendoza

Para subir hasta 360 Chicago hay que tomar un elevador que tarda solamente 45 segundos en alcanzar esa planta 94 —ubicada a 300 metros de altura—, es decir, a unos siete metros por segundo. Como bien apuntaba Jim, nuestro guía por la ciudad, es a partir del piso 30 donde la presión tapona los oídos. Pero una vez que se abren las puertas para salir al mirador, inmediatamente las vistas hacen que esa pequeña molestia valga la pena. Justo de frente aparece ante los ojos la inmensidad azul del lago Michigan que, con una superficie similar a la de Croacia, bien podría considerarse un mar, con la particularidad de que sus aguas son dulces. Y es que todas las paredes del recinto son de cristal para brindar una vista panorámica de la grandeza de esta urbe. 



Al norte, además de la Playa Oak Street, se alcanza a divisar el estadio de beisbol Wrigley Field, casa de los Cachorros de Chicago. También al oeste, entre los rascacielos, se impone la cúpula del United Center, el pabellón que alberga los partidos de básquetbol de los Toros de Chicago, así como de los Halcones Negros, el equipo local de hockey sobre hielo. Del otro equipo de beisbol de la ciudad, los Medias Blancas, se puede ver su estadio, el Rate Field, si se observa hacia el sur desde el mirador, al igual que el Solder Field, donde se disputan los juegos de fútbol americano de los Osos de Chicago. Pero más allá del evidente espíritu deportivo de esta metrópoli, lo que mejor se percibe desde las alturas es el perfecto trazado recto de sus calles, así como los bloques de barrios que la conforman y de los que los chicagüenses están tan orgullosos. 

Chicago en panorámica 
‘El Jardín’, el cóctel del Cloud Bar en 360 Chicago, inspirado en el barrio mexicano Little Village | Foto: Alejandro Mendoza

Es por eso que en el Cloud Bar, la coctelería de 360 Chicago, todos los tragos que prepara su bartender, Johnny, están inspirados en alguno de los barrios de la ciudad. El Heavenly Martini (vodka, jengibre, limón amarillo, conchita azul y pan nube), por ejemplo, está inspirado en Lakeview, una de las zonas con mayor oferta artística y cultural. Pero el cóctel que no podía dejar de probar era El Jardín, hecho en honor de Little Village, el barrio mexicano de Chicago. Por supuesto, lleva una base de mezcal (Amarás verde) y está acompañado de jugo de piña, limón, jarabe de hibisco —que le da su peculiar color granate— y romero. 

Una milla llena de vida y sabor 

Al volver al suelo para caminar por la Magnificent Mile, se pueden encontrar todo tipo de firmas de moda y joyería de lujo, como Cartier, Armani, Chanel, Gucci, Prada, Rolex y Tiffany & Co. Desde luego, también tienen presencia los grandes almacenes de Estados Unidos: Bloomingdale’s, Neiman Marcus, Saks Fifth Avenue, Nordstrom y Macy’s. Además, hay una tienda de artículos de Harry Potter, el Starbucks más grande del mundo —con cuatro plantas y café de especialidad— y el local de Ralph Lauren de mayor tamaño en todo el planeta, con un restaurante en su interior. Pero lo que hace más particular a esta zona comercial son sus propuestas gastronómicas de alto nivel

Chicago en panorámica 
Lou Malnati’s elabora una de las mejores ‘deep dish pizzas’ de Chicago | Foto: Alejandro Mendoza

En el número 537 de la avenida Michigan están las puertas de The Evie, un restaurante con un menú internacional que se ha hecho popular por sus ensaladas y su barra de sushi. Destaca especialmente la ensalada The Evie, una mezcla fresca de almendras, dátiles, maíz amarillo, jitomate, crutones, queso de cabra, pepitas y un toque de vinagreta de jerez y arce. Luego, elegí para mí el rollo Mag Mile, elaborado con atún de aleta amarilla, salmón, aguacate, papa dulce, ajo y aceite de chile asiático. El lugar, a pesar de estar en la ajetreada Magnificent Mile, está ambientado con una iluminación baja que construye una atmósfera relajante y alejado del caos de la calle. 

Dos cuadras hacia el sur, específicamente en la esquina con la calle Hubbard, hay dos visitas obligadas. La primera es un monumento que la ciudad le dedica a Benito Juárez, donado por el gobierno mexicano en 1999. Justo a un costado, en el sótano del emblemático edificio Wrigley, podemos encontrar una sucursal de la pizzería Lou Malnati’s. Aquí se sirven, de acuerdo con la gente local, unas de las mejores deep dish pizzas, es decir, en el estilo típico de Chicago, cuya base es gruesa debido a que se preparan en sartenes de hierro. Aunque, para abrir apetito, el mesero nos sugiere empezar con una de sus ensaladas, específicamente la Malnati (con champiñones, salami y queso gorgonzola) y la de la casa (con zanahoria, pepino, cebolla morada y crutones). 

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Vista nocturna de la ciudad desde el mirador 360 Chicago, a 300 metros de altura | Foto: Alejandro Mendoza

De la carta de pizzas, pedimos la Malnati Chicago Classic, recubierta con una salsa especial de la casa, hecha de jitomate madurado en vino, y la Lou, que lleva champiñones, espinacas y jitomates saladette. El espectáculo empieza desde que llegan a la mesa, todavía dentro de esos grandes sartenes de hierro fundido. Debido a su tamaño, es el mesero quien se encarga de cortar las rebanadas, que escurren queso por todos lados mientras se sirven en cada plato. La sorpresa llega cuando, a pesar del grosor de la masa, su consistencia es completamente suave al morder. Pero la mejor parte es, sin duda, cuando queda solamente la orilla, más alta que el resto de la pizza y completamente crocante. 

Sabor mexicano 

Parecerá irónico, pero dos de las mejores opciones para cenar a lo grande en Chicago están comandadas por cocineros mexicanos. El restaurante Toro, dirigido por el chef Richard Sandoval, es la primera de ellas. Se encuentra en la planta baja del hotel Fairmont Millenium Park, en el extremo sur de la Magnificent Mile, cruzando el río. En este espacio, Sandoval propone una fusión latina total, tanto en el menú como en la decoración. Por ejemplo, hay un muro con una colección de mates y un pequeño salón al fondo del local con lámparas de techo fabricadas con forma de molinillos para chocolate. 

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Así se sirve el salmón con salsa ponzu del restaurante Toro, del chef mexicano Richard Sandoval | Foto: Alejandro Mendoza

La carta de Toro es, desde luego, la muestra más clara de esta mezcla de cocinas latinoamericanas. En el menú hay desde guacamole, ceviches y rollos de sushi hasta salmón con salsa ponzu, pescado zarandeado y, una de las joyas de la corona: una pieza de tomahawk flambeada con mezcal y acompañada con chimichurri. A su vez, la coctelería del lugar va de la mano con esta fusión, ya que ofrece tragos a partir de destilados como mezcal, pisco, tequila y bourbon, con los que recrean cócteles clásicos: old fashioned, margarita, martini, negroni y más. 

Tres cuadras al oeste de la Magnificent Mile, en la esquina de las calles Superior y State, se localiza Tzuco, el restaurante del chef guerrerense Carlos Gaytán, que fue el primer mexicano en ganar una estrella Michelin. A pesar de que emigró a Chicago en 1990, desde su natal Huitzuco, no se ha olvidado de las sensaciones que provoca la gastronomía de México. Ese es precisamente el espíritu que guía el concepto de su negocio: “Mi intención es hacer comida que apapache”, afirma. Por momentos, esa declaración puede contrastar con la decoración de Tzuco —que significa “lugar de espinas”, en náhuatl—, repleta de tonos áridos y paredes decoradas con plantas secas. Sin embargo, todo cambia cuando los platos llegan a la mesa. 

Chicago en panorámica 
La cochinita pibil y el chile relleno que se preparan en el restaurante mexicano Tzuco | Foto: Alejandro Mendoza

De su menú, pudimos probar un pulpo acompañado de tinga, crema, chipotle y queso fresco; un ceviche de atún con aguachile de tomatillo; una cochinita pibil y un chile relleno de queso panela y servido con ratatouille y un fondue de tomate. Sin embargo, los dos platos que nos dejaron sin aliento fueron la tetela, que consiste en tinga de pollo envuelta en un itacate —la garnacha triangular típica de Tepoztlán— sobre una cama de crema de chipotle, y la tabla de rib eye a la parrilla. La sorpresa, además, culminó con uno de los tragos de su coctelería, llamado Dragones Margarita, cuya preparación consta de tequila Casa Dragones, tepache, cilantro y piña caramelizada. El mesero ya advertía que tenía sabor a taco al pastor, y era cierto. Con el calor de ese apapacho, se renovaron mis fuerzas para salir a enfrentar el frío de la calle en la caminata de vuelta al hotel. 

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