Los Mochis nos sigue sorprendiendo. La amabilidad de su gente; la colaboración entre marcas, productores, cocineros, restaurantes y autoridades; la exaltación de su diverso y rico producto local, que va desde hortalizas y vegetales, hasta mariscos y carne porcina y ovina; y, sobre todo, su búsqueda por poner en alto esta ciudad sinaloense a través de su gastronomía.
En Food and Wine en español, tuvimos la oportunidad de vivir el volumen III de Los Mochis Culinary Fest, donde chefs internacionales de la altura de los ganadores de “James Beard”: Chris Bianco, Alex Siedel o Brian Mietus; cocinaron en conjunto con varios de los chefs mexicanos más reconocidos como Alex Ruiz, Javier Plascencia, Pedro Martín, Luis Osuna o Andrea Lizárraga; para deleitar a los asistentes.

Recientemente, el Culinary Fest Vol. III transformó este rincón del noroeste en un hervidero de sabores, texturas y fuegos: una celebración de identidad, hospitalidad y orgullo sinaloense que reunió a más de mil comensales y un elenco de chefs que cocinaron con el alma puesta en el territorio.
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El ambiente se llenó del aroma de los ostiones a las brasas, el humo de la parrilla monumental del chef Alberto Collarte, el crujir de los chicharrones y el brillo de los camarones recién salidos del mar que se llevaron vivos para el festival (más frescura no podría haber). Se sirvieron más de 8,500 platillos y 500 cócteles, una danza gastronómica que reafirmó el espíritu generoso del norte: aquí, todo se comparte, todo se celebra.

Martín González, fundador del festival y anfitrión incansable, sirvió como hilo conductor de un encuentro que tenía un objetivo claro: que los chefs asistentes hicieran libremente sus recetas, pero usando el producto local de Los Mochis, para exaltarlo. De hecho, su propia creación (unos exquisitos ñoquis con jabalí kilometro 0, chicharrón y requesón) resumió la esencia del evento: técnica internacional con alma sinaloense. A su lado, figuras de la cocina nacional e internacional rindieron tributo al producto local con interpretaciones brillantes.
La influencia asiática que conquistó Los Mochis
Las pizzas y focaccias de Chris Bianco, horneadas al momento, evocaban las raíces campesinas del pan compartido. Alex Seidel sorprendió con una torta de mollejas confitadas con ajo negro e hinojo, plato que unía el refinamiento con la rusticidad del campo. Desde Oaxaca, Alex Ruiz sirvió un pork belly con mole alcaparrado que equilibró dulzura y salinidad con un guiño a las tierras del istmo.

Atzin Santos y Juan Pablo Ballesteros llevaron el antojo a su máxima expresión con tostadas y quesadillas de chicarrón, salsa de chile local y atún fresco, mientras Luis Osuna hizo que los ostiones chisporrotearan sobre las brasas con mantequilla y sal marina. Javier Plascencia volvió a su estilo fronterizo con una tostada de camarón recién pescado, que exaltó la frescura del producto sinaloense; y Miguel Ángel Guerrero propuso una fusión inesperada: leche de tigre con camarón y pork belly, un diálogo entre mar y tierra que sorprendió paladares de propios y extraños.
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La chef mazatleca Andrea Lizárraga presentó una tostada de abulón que siguió exaltando la virtud de las costas sinaloenses, mientras Irma Tarín y Noe Jesús, chefs locales del histórico restaurante El Farallón (con más de 60 años de historia en Los Mochis), reinterpretaron un bbq coreano pero hecho en taco, logrando una fusión de aromas que seducía paladar y naríz. Las pelliscaditas de cerdo adobado de María Dolores Balderrama evocaron la cocina de fonda, pero con la precisión de un restaurante de mantel largo. Y en un rincón perfumado de maíz, Belén Cortés ofreció un esquite de guajillo y tuétano que resumía, en un bocado, la monchosidad que puede tener un plato aparentemente sencillo, pero bien ejecutado.

El ambiente se tornó en puro deleite entre un espectacular y original ronqueo vertical de atún a cargo del chef malagueño, Juan Muñoz Cobos —un espectáculo culinario y sensorial—, y las tostadas que después Pedro Martín, ofrecería con ese mismo producto recién cortado sumado a las degustaciones de mezcal Macurichos, el vino de la casa Lupe del Valle, Madera 5, Casa Náufrago y la cerveza Estrella de Galicia. Había risas, copas que chocaban, abrazos entre chefs que se admiran y un público que se volvió cómplice de esa camaradería.
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“Siempre es un honor volver a Los Mochis”, dijo Javier Plascencia, mientras saludaba a los asistentes. Y esa frase sintetizó el espíritu de la noche: volver. Volver a los orígenes, al sabor de los productos que la tierra y el mar entregan generosamente, a la calidez que distingue al norte.
Así, este Volumen III del festival culinario, vuelve a demostrar que lo que está pasando en Los Mochis gastronómicamente, es necesario voltearlo a ver, no sólo la capacidad de convocatoria y el talento del noroeste, sino también su vocación de apertura donde confluyen técnica, territorio y amistad y, sobre todo, donde se siente un ambiente seguro y de camaradería para que se hable bien de Los Mochis y sea migración culinaria obligatoria.

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