
La bodega celebra su aniversario en la Ribera del Duero con una edición muy especial: un rosado ecológico delicado, sutil, pensado para celebrar el tiempo y la tierra.
Contar una historia sin prisas
Hay bodegas que nacen con vocación de protagonismo, y otras que prefieren observar desde la ladera. Valparaíso es de las segundas. Durante 25 años ha ido creciendo sin alardes, sin buscar titulares, pero sabiendo muy bien lo que quería decir. Su forma de estar en el mundo del vino ha sido siempre silenciosa, firme y profundamente respetuosa con el viñedo.
La fundó la familia Eguizábal —también al frente de la centenaria Bodegas Franco-Españolas— en pleno corazón de la Ribera burgalesa, allá por el año 2000. Desde entonces, en sus 66 hectáreas propias entre Pesquera, Sotillo y Quintana del Pidio, han cultivado Tempranillo con un mismo objetivo: reflejar la identidad de esta tierra sobria, con voz propia, sin excesos.
Un rosado para celebrar lo que importa
Y ahora que cumplen un cuarto de siglo, lo celebran a su manera: con un vino que habla bajito pero deja huella. Se llama Jardín de Valparaíso Rosado Ecológico 2024, y es tan especial como escaso: solo 769 botellas. Viene de una parcela en altitud, se fermenta sin prisa y reposa sobre lías durante cinco meses. No busca impactar, sino acariciar.

Es un rosado de Tempranillo que huele a flores blancas, sabe a fruta delicada y tiene esa frescura que invita a quedarse un rato más en la conversación. No grita, pero emociona. Y sobre todo, marca el inicio de una nueva etapa en la bodega, más comprometida con el viñedo ecológico, con el ritmo del campo y con una forma más honesta de entender el vino.
Emma Villajos, la nueva directora técnica, está detrás de esta evolución. Con experiencia tanto en Rioja como en Ribera, ha traído consigo una mirada más precisa, más limpia, más contemporánea. Ya hay 7,5 hectáreas certificadas en ecológico, y lo que viene promete ser igual de coherente.
Nueva presentación en la Bodega Joaquín Rebolledo
Vinos que han construido el camino
Aunque el rosado sea la cara más nueva y luminosa, el corazón de Valparaíso sigue latiendo en sus tintos icónicos: Crianza, Reserva y Selección. Vinos que han acompañado muchas mesas, muchas sobremesas, muchos silencios. Con estructura, sí, pero también con elegancia. Con madera bien integrada, con fruta que no se olvida, con un carácter que no busca complacer a todos, pero que conquista a quien escucha.

En una Ribera del Duero que a veces parece gritar para llamar la atención, Valparaíso ha preferido susurrar. Y eso, quizá, es lo que más se agradece: que sus vinos no necesiten artificios, que su aniversario no venga con fuegos artificiales, sino con una copa de rosado al atardecer. Y un brindis por lo que queda por venir.
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