
Durante décadas, Mar de Frades ha sido sinónimo de albariño fresco, salino, elegante. Su botella azul, ya icono de Rías Baixas, guardaba la esencia atlántica de Galicia. Pero en silencio —con paciencia, visión y una determinación casi épica— algo ha cambiado en el corazón de esta bodega pionera. Lo que comenzó como un vino singular hoy se transforma en una revolución de terruño.
Gracias a la labor incansable de su enóloga Paula Fandiño —una fuerza de la naturaleza con una sensibilidad técnica extraordinaria— Mar de Frades ha ido reuniendo, una a una, esas microparcelas que dibujan el minifundismo gallego. A lo largo de los años, esas pequeñas piezas del puzle vitícola se han convertido en fincas completas, verdaderos cru atlánticos. Hoy, de ese esfuerzo florecen tres vinos de parcela, cada uno con identidad propia, pero dos de ellos marcan un antes y un después: Finca Monteveiga y Finca Lobeira.

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Entre brumas del norte y leyendas del monte
Finca Monteveiga nace en la Ribera del Ulla, el confín norteño de la denominación. Allí, entre brumas y laderas de esquisto, las cepas de albariño plantadas en 2003 ofrecen una interpretación inédita de la variedad: más profunda, más texturizada. Su vino es blanco de gran definición y equilibrio, con fruta de hueso, flores frescas y una boca amplia, envolvente, salina. Y lo más sorprendente: guarda. Sus añadas anteriores, que hemos tenido el privilegio de catar, revelan una evolución noble, con una complejidad que desmiente todos los tópicos sobre la longevidad del albariño.
Lobeira, por su parte, mira al océano desde la vertiente norte del monte que le da nombre. Es un viñedo emparrado donde el albariño se acompaña de pequeñas proporciones de godello, loureiro y caíño blanco, tres variedades gallegas tradicionales que aportan complejidad y un sutil eco vegetal al conjunto. Su expresión es mineral, filosa, con notas de bosque húmedo, granito y una acidez viva que corta como un relámpago. Finca Lobeira tiene algo de mito antiguo: en la copa se percibe ese “toque de monte agreste y ola y arena” del que habla Fandiño, como si el vino supiera contar la historia de su lugar.

Ambos vinos nacen de una elaboración minuciosa, sin prisas, con largas crianzas sobre lías y una intervención mínima. Resumen una mirada respetuosa y una escucha atenta a lo que cada finca quiere decir.
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Permanecer en equilibrio entre tradición y vanguardia en un mundo que corre
Estos vinos de finca —profundos, salinos, complejos— son compañeros ideales tanto para la cocina tradicional como para la más vanguardista. En una mariscada generosa en D’Berto (O Grove), considerada una de las mejores marisquerías de España, el poder mineral y la vibrante acidez de Finca Monteveiga o Finca Lobeira realzan el sabor puro de un bogavante o unos percebes a la plancha.
Y en Cambados, en el estrellado restaurante de Yayo Daporta, la alta cocina creativa encuentra en estos albariños de guarda el contrapunto perfecto para platos como la lubina en caldo de gallo o los mejillones con espuma de mar: un diálogo sutil entre el producto y el paisaje del que provienen. Y por supuesto, su hermano mayor, el clásico Mar de Frades Albariño, sigue siendo igual de versátil, fresco y brillante como uno de los mejores embajadores de ese paraíso gallego donde todo comenzó.