
Nada más entrar, te recibe un espectáculo para los sentidos: decenas de cuencos rebosantes de especias multicolores forman un caleidoscopio aromático que ya te avisa de que esto va en serio. Cúrcuma dorada, cardamomo verde, chili rojo intenso, comino tostado… Es como asomarse al corazón mismo de la India, donde cada especia cuenta una historia milenaria.
Y luego está la terraza, esa zona alrededor de la piscina que parece sacada de un sueño de maharajá. Cuando cae la noche y se encienden las luces, Chamberí desaparece y te encuentras en otro mundo y cenar se convierte en ceremonia.

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Alta cocina india ¡hasta que no la pruebas, no lo entiendes!
Luis Ojeda, el chef venezolano al frente de la cocina madrileña, trabaja en estrecho contacto con el Benares de Londres, que tiene estrella Michelin. Y se nota. Pero se nota de la manera correcta: no es imitación, es elevación.
Aquí no sirven curry. Sirven masala, como los llaman realmente en la India. Y la diferencia es abismal. Esas mezclas de especias tan intensas y evocadoras que consiguen que cada bocado sea un viaje sensorial. El cordero tandoori llega tiernísimo, con esa fragancia ligeramente picante que se te queda en la memoria durante días. Los pulpitos en salsa tipo korma son pura sedosidad especiada. Las lentejas daal alcanzan una profundidad de sabor que no sabías que era posible en unas legumbres. Hay platos que abren esa puerta y ya estas viajando…

Desde el norte de la India llega el Momo de pato al curry Nihari, un dumpling especiado inspirado en la Vieja Delhi, donde el curry profundo y ligeramente picante evoca la cocina callejera de la capital. Del oeste, en Gujarat y Maharashtra, procede el espíritu del Samosa Ragda, relleno de patata y guisantes amarillos, que aquí se convierte en una pequeña joya con yogur y chutney de mango.
No falta la riqueza carnívora del Pulao de cordero, acompañado de arroz basmati, papadum y raïta: un plato que remite a las celebraciones del norte de la India, donde la intensidad de las especias se equilibra con la frescura del yogur. Y para cerrar el viaje, el restaurante recurre a la fruta más emblemática de la India: el mango Alphonso, transformado en una mousse helada sedosa que refresca y dulcifica la experiencia.

Lo genial es cómo combinan su tradición con productos españoles. El pan naan con queso manchego sorprende y sin embargo es delicioso. Esa fusión inteligente que funciona porque está hecha desde el respeto y el conocimiento profundo.
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La experiencia que no esperabas a ese precio
Por un tiquet de 60-70 euros se puede vivir una experiencia de maharajá. En serio. En un panorama gastronómico madrileño donde cualquier japonés mediano te cuesta 80 euros y cualquier estrella Michelin roza los 150, Benares resulta casi generoso. No es barato, pero considerando el nivel, la experiencia completa y ese entorno único, es francamente accesible.

En la barra, los cócteles también hablan en especias: cardamomo, jengibre, clavo se integran con destilados premium creando combinaciones que alargan la velada de forma natural. Todo está pensado para que la experiencia sea completa, coherente, memorable.
Diez años después, Benares Madrid ha conseguido algo excepcional: ha plantado bandera de la alta cocina india en una ciudad que no sabía que la necesitaba. Ha conectado Londres, Delhi y Madrid en cada servicio, demostrando que la tradición milenaria y la técnica contemporánea no solo pueden convivir, sino potenciarse mutuamente.