Una oda a la flor del calabaza, el alimento para acompañar el verano

Así es como una persona quisquillosa se reencontró con una de sus comidas favoritas de la infancia, aunque no lo parezca.
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Una de mis comidas favoritas en la infancia era una flor. Eso sí, yo era muy exigente con la comida. Después de unos cuantos años de comer a toda prisa papilla de plátano y puré de manzana, decidí que no me gustaba la fruta cuando estaba en preescolar. Rechazaba las naranjas y retrocedía cuando veía uvas aplastadas en el suelo. Poco después llegaron las verduras, hasta que me quedé con una dieta que consistía básicamente en tiras de pollo, papas fritas, macarrones con queso, zanahorias y pasta con mantequilla. (Mamá, si estás leyendo esto, lo siento mucho.)

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Afortunadamente, con los años de madurez y un trabajo que literalmente me obliga a probar cosas nuevas cada semana, mi paladar se ha vuelto a extender. Ahora me considero una comensal aventurera; a principios de este año, probé por primera vez carne de venado con salsa de remolacha y clorofila, algo que puedo mi “yo” más joven solo miraría y estaría negando tajantemente con la cabeza. Siempre me divierte mirar atrás y pensar en que una de las comidas que más se me antojaba no era una caja de pasta procesada o unos nuggets, sino una delicada flor de calabaza recién rebozada.

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Pxhere

Uno de mis primeros recuerdos en la cocina es mientras subía en un taburete a la barra de cocina y hacía una coreografía con mi madre. Recortar, sumergir, sumergir, freír. Primero se limpian suavemente las flores con sus tallos recortados, y luego se dejan a un lado; se rompen los huevos y se baten hasta conseguir un líquido amarillo brillante. Luego, el baile continúa.

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Hay que darles un baño en la mezcla de huevos y sacudir el exceso, antes de una rápida inmersión en un tazón lleno de harina. Una vez que las flores están ligeramente recubiertas, se llevan a un sartén, donde una capa brillante de aceite vegetal las freirá hasta que queden crujientes.

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Foto: Victor Protasio

Esta era siempre la parte que más esperaba: el crepitar y las salpicaduras reveladoras, ver cómo las burbujas chisporroteaban alrededor de la masa y cubrían las flores con un color ligeramente dorado. Encontrarás algunas recetas que necesitan una cobertura de panko o pan molido, incluso relleno de queso ricotta, al que me llegaremos en un minuto. Pero para mí, el encanto estaba en la simplicidad, en el crujido del tempura cuando lo mordía, todavía caliente de la estufa. Demasiado caliente, incluso, ya que a menudo me quemaba la lengua. Pero el dolor era un pequeño precio que debía pagar por ese magnífico sabor, ligeramente salado, ligeramente dulce, y diferente a todo lo que había probado.

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Al crecer con tradición italiana, aprendí a disfrutar esta receta como un alimento básico de verano. Todos los meses de junio, mi madre y yo íbamos a DePiero’s Farm y volvíamos triunfantes a casa, con bolsas de estas suaves flores anaranjadas, que también le encantaban a mi padre. Son tan crujientes y fáciles de picar cuando se fríen, que incluso a los comensales más obstinados (como la joven Bridget) les costará encontrar errores.

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El único problema, sin embargo, es encontrarlas. No las verás en el típico pasillo de productos del supermercado, e incluso si tu mercado local o la tienda de comestibles las tiene, no siempre están listas cuando las quieres. Un ejemplo: estoy esperando ansiosamente a que nuestro productor cercano anuncie que las flores de calabaza están disponibles; ya se retrasaron unas semanas y me preocupa que estén fuera de temporada para cuando lleguen. Hace algunos años que no tenemos flores frescas fritas, debido a su carácter elusivo, a nuestro propio cansancio y a nuestras apretadas agendas. Pero hace algunos años, cuando hice un breve viaje a Italia para estudiar en el extranjero, me volví a enamorar de ellas.

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Encontré las flores de calabaza en un pequeño restaurante en un callejón de Sorrento. No puedo acordarme del nombre, y mucho menos cómo encontrarlas de nuevo, pero ahí estaban, en el menú: era la primera vez que las veía en un restaurante.

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Foto: Cortesía Dr. Pizza

La nostalgia me golpeó en el pecho, crecía la emoción pero también la calidez, Sentí como cuando te reencuentras con un viejo amigo. Mientras mis roommates pedían unas cuantas pizzas, los convencí para que añadieran fiori di zucca fritti. No sólo estaban fritas, sino que estaban rellenas de ricotta y prosciutto, lo que añadía un perfil rico y exuberante al plato de la infancia que yo recordaba.

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Al principio me sentí escéptica, pero me encantó la forma en que el queso cremoso contrastaba con la capa crujiente, rompiéndose en cada bocado. En ese momento supe que nuestra pausa autoimpuesta de las flores de calabaza había terminado.

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Foto: Flickr

Este verano, estoy decidida a retomar el baile en la cocina. Mis padres y yo estamos muy atentos a la llegada de las flores; sin duda, volveré a hacer mi clásica receta de huevo y harina, pero tampoco me importa probar con flores rellenas o empanadas.

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Por el momento, tenemos los ojos puestos en esta receta de flores de calabaza rellenas de langosta, porque en serio que no puedes equivocarte cuando combinas langosta y mascarpone. También hay una versión de mozzarella frita y prosciutto en nuestra lista, pues me recuerda a la comida de Sorrento y la belleza de probar cosas nuevas.

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