Mijael Seidel

Historia

El verbo perseverar toca una fibra sensible en Mijael. Lo pronuncia conteniendo el llanto, con la voz entrecortada. Tal vez, porque él fue diseñador y publicista antes de ser cocinero. Tal vez porque este radical cambio vocacional fue una realización personal que implicó reveses y escepticismos. “Me ha costado mi relación, chamba, dejar la seguridad de un lado”, dice Mijael, “la gente no se lo creía, la familia tampoco, mi expareja, los socios, todo mundo”, añade. 

Hoy Mijael tiene la certeza de que no podría estar en otro proyecto, ni sentado por horas frente a la computadora en una oficina y que Pat Patz crece a paso firme y seguro, distinguiéndose, desde su gestación, por sus sabores —golosos y arrojados— de la cocina árabe que hoy, para comodidad de sus comensales, se reparten a domicilio en la Ciudad de México.  

El proyecto inició con un viaje a Tailandia, donde Mijael se dio cuenta de que lo suyo no eran los  sabores thais sino los que revivieran el recuerdo de un carrito palestino en el que solía comer kebabs, arroz y falafel, al menos tres veces por semana, cuando vivió en Nueva York. Platos que le recordaran la vida de esa ciudad, en la que estudió, trabajó como dibujante de cómics y, de paso, se fogueó en la cocina, trabajando en un café en Broadway y la 72, que frecuentaban personajes famosos como Keanu Revees y Madonna, “no era un fine dining, ni nada, pero tenía rigor, un rigor que quise conservar”. 

En sus albores, Pat Patz nació como un carrito de comida en Colima que lentamente ganó feligreses y, durante una temporada, evolucionó en la cocina de la Cervecería de Colima. Cuando Mijael escuchó de un cliente marroquí: “ya me puedo venir a vivir aquí porque ya sé que hay un lugar que sabe como mi país”, supo que estaba listo para el siguiente paso. Así decidió empacar las maletas y traer —para fortuna de los chilangos— su concepto a la Ciudad de México. 

Aquí montó una cocina industrial con un socio donde, con un equipo de solo nueve personas, da rienda suelta a los sabores que distinguen su cocina, “el kebab de falafel, por ejemplo, tiene sabores aciditos que me recuerdan al lugar donde crecí; las salsas de ajo tienen limón. Es un sabor intenso en la boca. El pan lo hacemos nosotros, los sabores tienen mucho punch”, explica. Una intensidad que en porciones generosas, revolucionó nuestras papilas esta cuarentena. 

“Me siento como un pececito que va surcando bien la adversidad, Siento que caí en blandito. Dijimos: vamos a hacer delivery, vamos a hacer redes. Creo que hemos tenido muy buena exposición, Creo que logramos un buen producto. Llegan, lo piden, les gusta y corren la voz. No hemos pautado nada, todo ha sido de boca en boca.”